ALFA RHYDAN
El salón entero parecía iluminarse con ella.
Laurenth.
Mi Laurenth aunque mi corazón estaba hecho pedazos al entender que ya no era mía.
Ella brillaba entre los brazos del rey, su marca centelleaba como un grito de victoria en su piel. Y yo… yo solo podía apretar los puños mientras Kyros se retorcía dentro de mí.
«¡La perdiste! ¡La perdiste para siempre! ¡Y ahora está marcada, sellada, tomada por otro!»
—¡Cállate! —gruñí hacia adentro, pero no podía callar ese dolor que me atravesaba el pecho.
A mi lado, los ancianos de mi manada observaban con desprecio. Zarina también, llena de celos, mordiéndose los labios hasta sangrarlos. Pero sus gestos no cambiaban la realidad: Laurenth ya no era nuestra.
Entonces, los ancianos de Silvermoon se acercaron. Joseph, el más viejo de ellos, me miró con la severidad de mil inviernos.
—Anton —le dijo a mi consejero—, ¿qué se siente haber perdido a una luna tan maravillosa como Laurenth?
Anton bufó.
—Vamos, Joseph, no exageres. Al final, no