El silencio que quedó fue bueno. Thiago sostuvo la caja roja entre las manos como quien sujeta un secreto tibio.
—¿Qué es esto?
—Chocolate —dijo Valeria, con una seriedad teatral.
—¿De los que engordan?
—De los que salvan días.
Se la pasó. Él tiró de la cinta. Dentro, el papel manteca, la ecografía, el gorrito mínimo y la tarjeta. Thiago los miró, uno por uno, como si fueran significados antes que objetos. Releyó la tarjeta, más de una vez.
—“Cuando escuches el segundo latido, prométeme que no tendrás miedo.” —repitió en voz baja—. Valeria…
Ella alzó el dedo índice pidiendo silencio. Caminó hasta la mesa, tomó el estetoscopio infantil de juegos que una voluntaria le había regalado a Clara —un juguete ridículo, con una línea morada que lo hacía parecer verosímil— y se lo puso a Thiago en el cuello, como una condecoración.
—Acércate —susurró—. Te voy a presentar a alguien.
Él obedeció antes de entender. Valeria tomó su mano y la guió hasta su vientre, por debajo de la blusa, con una nat