Dos meses después, el invierno comenzaba a asentarse en Eisblum. El viento frío traía consigo copos de nieve temprana que danzaban por los tejados, cubriendo las calles con un manto blanco y silencioso.
Reik se encontraba sentado en la camilla, con la bata abierta por la parte frontal, su vientre ya comenzaba a abultarse notablemente para cuatro meses y medio de embarazo. Tenía los ojos medio cerrados, soñoliento, mientras Nicolás le acariciaba el cabello con ternura.
—Te ves cansado… —susurra él, acomodándole un mechón detrás de la oreja.
—No dormí bien… —Reik bosteza, mirándolo con ojos llorosos—. Tu hijo no me dejó en paz, quería pizza a las tres de la mañana, luego yogur, luego pepinillos…
Nicolás suelta una risa suave.
—¿Pepinillos… con yogur?
—No juzgues mis antojos, alfa distraido…
—Jamás… mi luna hermosa —dice, besándole la frente.
El doctor entra, un beta de cabello canoso y lentes gruesos, con una sonrisa amable.
—Buenos días, chicos. Vamos a ver cómo van esos latidos, ¿sí?