El camino hasta el punto de encuentro se hizo eterno, nadie habló durante el trayecto, Mari miraba por la ventana, con la mandíbula apretada y los dedos entrelazados, apretando sus manos con tanta fuerza que sus dedos se estaban poniendo blancos.
Ella sentía el estómago revuelto, tenía miedo, sí, tenía pánico de tantas cosas a la vez, primero, cada segundo que pasaba sin saber si su madre seguía viva era una tortura, segundo, el riesgo que corría de no poder volver con sus hijos, sin embargo, eso no la detenía.
Daniel iba en el asiento trasero, junto a Patrick, tenía la cabeza inclinada hacia adelante y respiraba con dificultad, aún estaba adolorido por los golpes de los criminales, y aunque él no lo decía, todos sabías que el miedo lo estaba consumiendo.
Esa gente casi lo mataba una vez y esta vez no tendrían motivos para frenarse, lo querían para acabarlo.
David conducía con el rostro serio, sin apartar la vista del camino, de vez en cuando miraba a Mari por el rabillo del ojo