Mari dormía inquieta, pues después de que David se marchara junto a Soleil, él todavía no había regresado y eso le preocupaba.
En la madrugada, ella se despertó sobresaltada, giró hacia el otro lado de la cama y el hueco vacío junto a ella le confirmó lo que temía, David no había regresado, él había pasado la noche afuera.
Ella miró el reloj sobre la mesa de noche, marcaba las tres de la mañana, tomó el teléfono, revisó si había llegado algún mensaje corto y no encontró nada.
Antes de que ella se hubiera acostado, él la llamó, le dijo que todo estaba bien, que no se preocupara, pero algo dentro de ella seguía intranquilo, como un golpeteo que no dejaba de resonar en su pecho.
— ¿Dónde estás, David…? — Susurró Mari, mirando hacia el techo. — ¿Acaso te quedaste con ella?
Incapaz de recuperar el sueño, Mari se levantó, se cambió y bajó las escaleras, apresurada, la casa estaba en penumbras, apenas iluminada por algunos rayos de la luna que se filtraban por los ventanales.
Ella to