Fleure
Son las 4:07 de la mañana cuando envío el mensaje. Un simple texto, compuesto por dos palabras, sin puntuación ni énfasis, porque ya no necesito fingir dudar.
Acepto tu propuesta.
No una palabra más. Sin saludo. Sin justificación.
Pero en realidad, esta decisión no se tomó en ese instante preciso. Se ha infiltrado, insidiosa, a lo largo de los días, las noches en vela, los extractos bancarios abiertos al amanecer, las citas perdidas con mi contable, las alertas de retraso de pago enviadas por mi despacho de asesoría y los recordatorios administrativos que borraba sin leer. Mi empresa está en números rojos. No solo frágil: expuesta. Desgarrada por una acumulación de gastos imprevistos, inversiones necesarias pero prematuras, contratos interrumpidos sin justificación por clientes que alguien probablemente había abordado antes que yo.
No tengo pruebas. Pero tengo los síntomas. Y él, la firma.
Me mantuve erguida, orgullosa, independiente hasta los huesos… pero le bastó presionar