Fleure
La alfombra roja, a diferencia de lo que uno imagina, no perdona nada. Exige perfección, pero acecha la más mínima fisura. No es una entrada, es una inspección. Una prueba. Un escáner de carne y barniz. Y esta noche, soy el elemento central de la observación.
Tan pronto como nuestros tacones rozan el mármol de la entrada, los flashes caen sobre nosotros como una lluvia de agujas. Mi brazo está pasado por debajo del suyo, mi postura medida, mi mirada dirigida al frente, congelada en una mezcla de seguridad controlada y tensión reprimida. El satén de mi vestido me pega a la piel como una segunda piel ajena. No tengo frío. Estoy en alerta.
Aaron, por su parte, parece en su elemento. No camina, reina. No sonríe, impone. Cada gesto es una señal. Cada silencio, un mensaje. Emana una autoridad tan arraigada que silencia las charlas a su paso. Y yo, pegada a su brazo, me he convertido en la interrogante silenciosa que flota detrás de cada mirada.
Porque esta noche, no ha dejado nada al