Aaron
La reunión se alarga, interminable, sumida en una neblina de voces y cifras.
Las palabras me llegan como a través de un muro de cristal: presupuesto, plazo, rendimiento, estrategia.
Todo suena vacío.
Estoy ahí sin estarlo.
Lo que veo no son los gráficos proyectados en la pared, sino sus manos.
Sus manos.
Fleure.
Delicadas, nerviosas, manchadas de tinta, que trazan la vida en el papel con una intensidad que me vuelve loco.
Las imagino deslizándose sobre la superficie fría de un plano… o sobre mi piel.
Y de repente, el aire se vuelve más pesado.
Aprieto la mandíbula, intento reconcentrarme.
No soy ese tipo de hombre.
No pierdo el control.
Y sin embargo, ella ha logrado fisurar algo que creía indestructible.
Paso una mano por mi rostro.
Un instante, recuerdo esta mañana, el vapor de la ducha, su risa clara, ese mechón rebelde que se colocó detrás de la oreja, sin darse cuenta de que mi mirada se aferraba a él.
Y esa sonrisa… esa sonrisa que no tenía nada d