Fleure
La suite está sumida en un silencio acolchado cuando cierro la puerta de la habitación contigua.
Dejo deslizar la cola de mi vestido sobre el parquet claro: un susurro de seda que se asemeja a un suspiro.
El aire aún huele a champán y lluvia.
Abro el baño.
La luz suave se refleja en el mármol blanco, en la gran bañera ovalada que me espera como una invitación.
Hago correr el agua.
El murmullo del grifo se estira, regular, tranquilizador.
Uno a uno, quito los botones del vestido.
La tela se aparta de mi piel, dejando una frescura inesperada.
Cuelgo la prenda en un perchero, luego desato el lazo de mi lencería, simple, casi austera, hasta que no queda más que el calor del aire contra mí.
Un escalofrío me recorre: fatiga, alivio, tal vez algo más.
Me deslizo en el agua caliente.
El calor me envuelve, disuelve los nudos del día.
La espuma flota como una nube ligera alrededor de mis hombros.
Las imágenes regresan: la ceremonia bajo la lluvia, las sonrisas convenidas, el rostro de Aa