Fleure
Un susurro en la puerta, tres golpes suaves.
Salgo del baño, el vapor aún adherido a mi piel como una bruma tibia.
El albornoz de satén roza mis tobillos, y cada paso levanta un murmullo de tela.
Al entrar en la suite, la lámpara tenue proyecta un halo dorado que suaviza los ángulos.
Aaron se incorpora del sofá, con la chaqueta detrás de él, la corbata aflojada.
Su mirada desliza sobre mí como una caricia silenciosa.
Siento el calor de esa mirada antes incluso de que hable.
— El servicio de habitaciones, dice, grave y sereno.
Asiento con la cabeza.
Él abre la puerta. Una bocanada de aromas nos envuelve de inmediato: pan aún caliente, trufa, ralladura de cítricos.
El camarero entra, preciso, casi invisible. Empuja un carrito cubierto de marfil donde brillan campanas plateadas.
Un simple saludo, un murmullo de "Buenas noches", y la puerta se cierra.
El mundo exterior se disuelve tras el clic del pestillo.
Aaron levanta la primera tapa: una nube de vapor, un aroma de mantequilla c