Fleure
El despertador suena demasiado pronto. La habitación está sumida en un gris azulado, la luz tímida de una mañana lluviosa se desliza entre las cortinas. Me quedo inmóvil, un segundo, escuchando el latido apresurado de mi corazón. No hay alegría. Una tensión sorda, como un pájaro que se golpea contra un cristal invisible.
Un golpe seco en la puerta.
— ¿Fleure? ¿Sigues pensando?
Maya entra antes de que responda, con un vestido color champán, el cabello recogido en un delicado moño. Lleva esa sonrisa que conozco de memoria, la que intenta tranquilizarme sin creerlo del todo.
— Sabía que no dormirías.
Me encojo de hombros.
— Difícil dormir cuando te casas, ¿no?
Se acerca, posa sus manos cálidas sobre mis hombros.
— ¿Estás segura de ti?
— Digamos que estoy... decidida.
Maya suspira, con la mirada turbada.
— Decidida no es la palabra que esperaba.
— Es la única que me conviene.
Me levanto, descalza sobre el frío parquet. Afuera, la ciudad se extiende, indiferente a lo que vamos a rep