La mente de Lena divagaba entre recuerdos cuando, abruptamente, la voz de una azafata resonó por los altavoces anunciando el aterrizaje en el Aeropuerto Internacional Logan. Después de unos minutos, con movimientos automatizados, salió del avión, retiró su equipaje y, al pisar el asfalto frío de Boston, una oleada de emociones la embargó.
Entonces, una imagen la paralizó: los ojos verdes de su hija brillaban en su memoria como faros en la niebla.
—Mi princesa de los cuentos caídos... Todavía no es tiempo de estar juntas. Primero debo tantear el terreno donde piso —susurró, ajustándose el abrigo.
Un sedán negro esperaba en la zona de llegadas. Un hombre de rostro serio al verla se bajó del vehículo y se inclinó levemente.
—Señora Alara, seré su chofer —dijo, abriendo la puerta con un gesto amable.
Ella asintió en silencio y se deslizó en el asiento trasero. El motor rugió, iniciando un viaje hacia su nueva villa.
Mientras, en la misma ciudad, Fabricio se encontraba en su despacho, enco