—Parece que al señor se le olvidó que está casado —dijo Gema con voz cortante—. Deja a su esposa sola en su casa, como si fuera un mueble —gritó, avanzando hacia él—. ¡Eres un descarado, Bruno! ¿Cómo te atreves a aparecer días después de la fecha en que debías haber regresado?
Bruno la miró con desdén, apoyándose en su escritorio.
—Mira, muchachita ¿quién te crees para hablarme así? Si tu amiga ni me llama ni me reclama, no veo por qué tú tendrías ese derecho. Es nuestra vida privada, y lo resolveremos entre nosotros. —Hizo una pausa deliberada —Además, recuerda que soy el CEO de esta empresa y un hombre ocupado; no tengo tiempo para tonterías con niñas bobas. Así que retírate de mi oficina.
Gema golpeó el escritorio con ambas manos, y con los ojos brillantes de furia.
—¡Eres de lo peor, Bruno! Sé que solo te casaste con Lena por esa maldita promesa al abuelo Jonás y Tomás. Pero ella... —su voz se quebró— ella te ha amado desde que éramos niñas. ¿Y tú? La tratas como si fuera invisib