Unos ojitos inundados en lágrimas, se posaron en la mujer vestida de bata blanca, como si esperara encontrar en ella la respuesta que tanto preguntaba.
—Mi mami... ¿Como está mami? —susurró, con voz ronca de tanto llorar—. Llévame con mi mami, por favor, quiero a mami...
La mujer intervino mirando con pesar a Gema.
—La niña a llorado mucho, no quería que nadie se le acercara, yo he sido la única con quien ella se ha dado, tuvo que venir en la misma ambulancia de la madre y ahí aproveche de revisarla. Solo tiene pequeñas cortaduras de los vidrios, sin ser profundas, ya fueron curadas. —mostro una mueca de cariño—. Se calmo un poco cuando la cubrí de curitas.
Gema observó con ternura los delgados bracitos cubiertos de curitas de colores rosas y azules. Alzó la vista y estudió sus rasgos: aquellos ojitos verdes brillantes y el cabello azabache eran un espejo diminuto de su hermano y su abuelo. Una ola de ternura le quemó el pecho, seguida por el filo agridulce de la nostalgia. Con el corazón latiéndole con tristeza, dio dos pasos vacilantes hacia la mujer.
—Preciosa, ¿Quieres venir conmigo?
La niña se hecho hacia atrás aferrándose a su unicornio, mientras la miraba con recelo.
Gema hizo una cara mimosa y con voz tierna continuó.
—Soy tu tía —estiro la mano y toco al unicornio—. Es muy lindo tu muñeco como se llama.
—Princesa azul —balbuceó la niña—. Y mi mami, ¿Dónde está?
—Tranquila, mi amor, tu mamá es fuerte —murmuró la paramédico tomándole la manita—. Ve con tu tía. No le temas.
Gema extendió la mano con lentitud, Leía vaciló un instante, luego se dejó cargar.
—Gracias. Yo me hago cargo de esta princesa —anunció, apretando contra sí aquel cuerpo diminuto que olía a medicinas.
La mujer al notar la angustia en la doctora, y la calidez como tomo a la niña, soltó un suspiro y comentó.
—Debo reportar a la menor con servicios sociales, a ellos debe demostrar que es pariente de la niña, para que pueda ser su tutora legal mientras su madre se recupera.
—Soy la doctora Gema Barker, residente de este hospital. —Alargó su identificación hospitalaria con una mano mientras con la otra sostenía firmemente a la niña—. Reporte a mi sobrina inmediatamente y… —Metió la mano en el bolsillo de su bata. Sacó una tarjeta y se la extendió al paramédico—. Entregue esta tarjeta al trabajador social de guardia.
La mujer estiro la mano y tomo la tarjeta, leyó el contenido, luego saco su teléfono para cumplir con su labor, al terminar la llamada, le informo a Gema.
—Pronto llegará una persona para tomar los datos de la niña, espero que su familiar se recupere. Me retiro.
Gema asintió con la cabeza mientras la mujer se perdía de vista. Bajó la mirada hacia la pequeña y, con una sonrisa apenas en los labios, acarició su mejilla.
—Hola, princesa —murmuró, ajustando su voz para que sonara cálida a pesar del nudo en su garganta—. No tengas miedo. Soy tu tía Gema, y voy a cuidarte. ¿Me quieres decir tu nombre?
—Yo soy Leía. Por favor —suplicó la niña con sus ojitos cristalizados—. Llévame con mami. Ya le pusieron sus curitas, tenía mucha sangre. —Su voz era muy pausada y bajita, que apenas Gema podía adivinar.
—Vamos a hacer un trato, princesa —propuso Gema, mientras daba pasos hacia el ascensor. —Te voy a presentar a Julieta, es una niña como tú y adora los unicornios ¿Quieres ir a jugar con ella mientras yo ayudo a tu mamá?
La niña no respondió solo se aferraba a su unicornio. El ascensor sonó al abrirse. Gema respiró hondo al entrar, marco pediatría. Por suerte, hoy era el turno de una enfermera de su mayor confianza, y justo hoy Sonia había traído a su hija.
Gema salió del ascensor y entro en una habitación.
—¡Sonia! Gracias a Dios sigues aquí —El alivio le cortó la respiración al ver a su amiga recogiendo sus cosas—. Necesito de tu ayuda.
La enfermera alzó la vista hacia la niña, y sus ojos se ensancharon.
—¿Quién es...?
—Mi sobrina, se llama Leía —explicó Gema mientras la pequeña se retorcía para bajar, atraída por Julieta y sus bloques de colores—. Su madre fue víctima de un accidente automovilístico.
Gema observó cómo Leía, después de un momento de timidez, se acercaba a jugar. Solo entonces continuó, hablando bajito:
—Sé que debes cuidar de tu hija, pero te necesito. Quédate con mi sobrina hasta que sepa de su madre. Por favor —expresó con suplica en la mirada.
—Amiga, Julieta solo tuvo un brote alérgico, pero ya está bien. —Miró a su colega con cariño—. Sí, sí, yo la cuido y me la llevo a casa. No te preocupes por ella; estará en buenas manos.
—Gracias. —Curvó los labios en una sonrisa de agradecimiento antes de añadir: —Mientras estoy con mi cuñada, llama a la Dra. García, por favor. Que evalúe a Leía por posible shock traumático. Dile que viene referida de mi parte y que estuvo en un accidente vehicular.
—Ve tranquila, yo cuidaré de esta hermosura. —respondió posando sus ojos en las niñas.
Gema se agacho a la altura de su sobrina. Con suavidad, acarició su mejilla.
—Princesa, te quedarás con Julieta y su mamá. Pronto te daré noticias de tu mami.
Leía asintió con la cabeza concentrada en apilar los coloridos cubos. Gema, algo más tranquila, salió de la habitación y regresó al área de emergencias. Allí, vio cómo las enfermeras colocaban una mascarilla de oxígeno a Lena y la conectaban a varios monitores. El panorama de su cuñada era preocupante, pero, como profesional, no podía permitirse perder la calma. Se acercó a un colega y preguntó:
—Doctor Rogelio, ¿cómo está la paciente?
—Es un milagro que siga con vida —respondió el médico—. El eco no muestra hemorragias internas, pero la llevaremos a rayos X y haremos más estudios. Después, la pasarán a terapia intensiva. Te mantendré informada.
—Te lo agradezco —murmuró Gema, cruzando los brazos para protegerse del frío repentino que le recorrió la espina dorsal. Observó cómo el equipo médico trasladaba el cuerpo inerte de su cuñada por el pasillo blanco.
"¿Y ahora qué?", pensó, mordiéndose el labio inferior. No solo tenía que cuidar a su sobrina que apenas conocía, sino que además debía encontrar las palabras adecuadas para decirle a su hermano: "Apareció tu esposa, pero no sé si llegarás a tiempo para verla con vida".
Dos semanas habían pasado desde el accidente. Durante su rescate, había contraído una bacteria en la laguna a través de sus heridas abiertas, y ahora la infección se extendía sin responder a los antibióticos convencionales. El dolor que recorría su cuerpo era constante e insoportable; ya no cedía ni con los analgésicos más fuertes. Apenas podía moverse, y cada respiración era un esfuerzo agonizante, como si el aire le quemara los pulmones. Los médicos la mantenían sedada, pero los breves momentos de lucidez eran un suplicio. Su mayor preocupación no era la fiebre que no bajaba, ni la sepsis que amenazaba con apagar su cuerpo, sino el futuro de Leía.