Alara permanecía en silencio, viéndose reflejada en Griselda. En esos ojos desesperados, reconocía a la mujer que una vez fue: vulnerable, enamorada de un hombre frío cuyo corazón nunca latió por ella. Un dolor antiguo le recorrió el pecho, agudo y familiar. No deseaba intervenir, pero la situación había traspasado todo límite y no podría quedarse quieta.
—Señorita —dijo con calma, midiendo cada palabra—. Lamento este mal momento. Pero Bruno no es hombre al que se le ruegue amor. Si está enamorada de él, por su propio bien, le aconsejo que no lo busque más. El dolor pasa... y con el tiempo, llegara alguien que la valore.
Griselda giró hacia ella como un felino herido, con la rabia nublándole los sentidos. Paso por su cabeza "¿Quién se cree esta mujer para darme lecciones?" El rencor le quemó la garganta.
—¡Tú no tienes derecho a hablarme así! —le escupió Griselda, con los labios temblorosos y los puños apretados hasta que los nudillos palidecieron—. Si no hubieras aparecido, sería yo