Bruno cerró los ojos por unos segundos, intentaba ordenar sus pensamientos. El recuerdo de Alara entre sus brazos ardiente, vulnerable, lo golpeaba con fuerza ahora que conocía que su hermana estaba involucrada en todo. Esa verdad lo atormentaba.
—¿Qué más hiciste? —preguntó con voz áspera, cargada de tensión.
Gema se mordió el labio con nerviosismo y, sin atreverse a levantar la mirada, respondió en voz baja.
—Deslicé la tarjeta de mi habitación en la cartera de Alara. Necesitaba que Donato no sospechara que lo había descubierto. Después me despedí de ustedes con naturalidad y me dirigí a recepción. Tambaleándome y con voz pastosa, fingí estar ebria. Les dije que había olvidado la llave de la habitación 201 en casa y que, en ese estado, no podía regresar.
Bruno arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Y te creyeron?
—No tenían opción. El hotel estaba lleno —dijo encogiéndose de hombros—. Insistí en quedarme en esta suite.
Bruno maldijo para sí mismo, apretando la mandíbula con fuerza. Gema los