Mundo ficciónIniciar sesiónAntonella.
Caminé desganada hasta llegar a mi casa, pero apenas abrí la puerta, algo me sobresaltó. Una escena que me revolvió el estómago, mi hermana estaba teniendo sexo con su novio en el sofá. Me quedé congelada. Ella se tapó rápidamente y el sinvergüenza de su novio me miró como si nada, como si no hubiera hecho nada malo, y se colocó su short con descaro.
—¡¿No me dijiste que ibas a estar sola?! —le reclamó él a mi hermana.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo te atreves a hacer esto? ¿No te da vergüenza?
—Ay, no. No me da vergüenza. Mis papás deben estar haciendo lo mismo en su habitación. Papá vino tomado y mamá igual, asi que no me digas que hacer que tu no eres una santa paloma.
No lo podía creer lo que me estaba diciendo mi hermana.
—¿Tienen dinero para tomar? Me imagino que para la cocina igual — le dije molesta.
—¿Trajiste comida? —me preguntó sin pudor.
—¿Eres una fresca?—repliqué.
—¿Qué te pasa? Tu siempre traes la cena y es tu deber.
—¿Tu novio no te da de comer? —le pregunté furiosa — Pídele a él y a mí déjame en paz. Ella y su novio empezaron a reir a carcajadas.
La rabia me subió de golpe.
—Dame un poco de comida —me exigió mi hermana.
—No lo haré —dije firme, apretando la bolsa contra mi pecho—. Me lo comeré sola. Si eres buena para estar haciendo estas cosas, entonces busca quién te mantenga. Yo no tengo por qué hacerlo. Eres una fresca.
Mi madre apareció de repente, con los ojos vidriosos y el paso tambaleante.
—¿Y ahora este escándalo? —preguntó con voz ronca.
—¡Mamá, esta insolente trajo comida y no me quiere dar! —gritó mi hermana.
—¿Para qué le voy a dar si estaba aquí con su novio teniendo relaciones en la sala?
—No hija, pero cómo vas a decir eso. Tú no ves que tu hermana no está trabajando. ¿Qué te cuesta darle comida? A ver, dame eso —dijo extendiendo la mano.
—¡¿No piensan en todo lo que estoy pasando?! —grité, con el pecho ardiendo de dolor—. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Es mi deber mantenerlos? ¿Soy la mayor y por eso tengo que cargar con todo? ¡No puedo más! Tú tampoco trabajas, mamá, y papá solo pasa ebrio, tomando licor todos los dias.
—Es tu deber —murmuró ella, casi como un decreto—. Tu hermana tampoco puede trabajar. Y tú eres la que trabaja en esta casa. Asi que deja de quejarte.
No lo podía creer. No lo podía aceptar tal locura. Con el alma hecha trizas, me giré y me encerré en mi habitación. Cerré la puerta con fuerza y me dejé caer en la cama. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo voy a seguir de esta manera? ¿Cómo voy a vivir aquí… con con mis bebés? ¿Cómo voy a seguir?
Me quité los tacones lentamente, me recosté y las lágrimas comenzaron a brotar, una tras otra, empapando la almohada.
Jamás imaginé encontrarme en esta situación.
Jamás pensé vivir algo tan doloroso.
Lloré hasta que el sueño, por cansancio o por compasión me venció.
***
Me desperté temprano por la mañana. Me bañé y me cepillé los dientes, para luego vestírme con un pantalón flojo y una blusa sencilla. Recogí mi cabello en una cola, me maquillé un poco y salí con mi bolso colgado al hombro. Mamá estaba en la cocina.
—Buenos días, madre.
—Buenos días. ¿Ya te vas?
—Sí, se me hace tarde.
—Nos vemos en la tarde. Que te vaya bien y ya sabes.
—Gracias.—logre decir
—No olvides la cena— suspiré cansada, ni siquiera le respondí.
Salí de casa y comencé a caminar despacio por el vecindario. Antes de subir al autobús, me compré un jugo y dos galletas. Luego me subí al metro. Mientras avanzaba, observé la carretera a través de la ventana. Mi vida era un caos. Era domingo, y aunque muchos descansan ese día, yo tenía que trabajar medio tiempo en el restaurante.
¿Qué voy a hacer con este maldito trabajo?, por ahora necesito estar ahi y lograr conseguir un dinero para irme lejos.
Al llegar, fui directo a la cocina, pero la gerente me detuvo.
—No vengo tarde, señora.
—Lo siento mucho, jovencita —me dijo con tono serio—, pero me pidieron que te echara.
—¿Que me echara? ¿Por qué?
—No lo sé. Solo recibí una orden de mis superiores. Esto es tu pago por estos meses de trabajo.
—¿Pero qué hice mal? Señora, necesito el trabajo.
Suspiró.
—Lo siento mucho. No soy la dueña, solo soy la gerente. Ya te lo he dejado claro. Sigo órdenes. Esto viene de arriba.
—Claro... ya sé. — Rei con ironía.
—¿Ya sabes qué?
—Ya sé por qué... —murmuré, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos.
—Lo siento mucho.
—No se preocupe.
Tomé el sobre con el dinero, solté un suspiro y salí del restaurante. Miré el pago. No era mucho, pero era lo que esperaba un despedido. Decidí regresar a casa. No sabía qué iba a hacer sin empleo. El imbécil de Giovanni tuvo mucho que ver en esto, me hecho como a un perro.
Al llegar, vi a papá fumando en la parte de atrás.
—¿Y tú qué haces tan temprano aquí? —me preguntó.
—Me echaron.
—¿Qué demonios acabas de decir?
—Lo que has escuchado padre, me echaron del restaurante.
—¡Ah, pues ve a buscar otro trabajo, porque aquí tú no vas a estar de mantenida por mí!
—Pero si tú no me mantienes. Yo me he mantenido sola todo este tiempo. Absolutamente sola, aqui yo soy las que los mantiene.
—Estas loca. Es tu deber te guste o no.
No podía creer la forma en que se referia. Me dolía demasiado.
—¿Y sabes qué? Ahora más que nunca... no puedo trabajar.
—¿Qué acabas de decir? ¿Cómo que no puedes trabajar? ¡Si estás joven, fuerte! ¡Eres la que más centrada estaba, la única que estudió hasta quinto año! ¡Tu deber es mantenernos!
—¡No puedo trabajar, padre!
En ese momento escuché los pasos apresurados de mi madre acercándose.
—¡Marcos, Marcos! —gritaba. Ella también me miraba con furia—. ¿Qué haces aquí? Eres una estúpida, una ingrata.
—¿Pero qué te pasa, mamá?
De repente me agarró del cabello con fuerza. Sentí que iba a caer.
—¡Estás embarazada! —gritó.
Mi corazón se detuvo por un segundo. Mi hermana, que estaba cerca, abrió los ojos con sorpresa.
—¿Estás embarazada? —repitió mi madre, esta vez sujetándome con más fuerza. Pero antes de que pudiera responder, sentí un golpe en el rostro. Era mi padre.
—¡Maldita ingrata! Con razón no quieres trabajar. ¡Tú eres la que renunció, la que no quiso hacer nada! ¿Quién te embarazó? ¿Eh? ¡Habla!
—¡Suéltame, por favor, papá!
—¡Sí, la muy santa! ¡Ahora resulta que estás embarazada! ¿Quién lo diría? — espetó mi hermana.
—¡Por favor, déjenme en paz!
—¡Lárgate de mi casa! —gritó mi padre—. ¡No quiero una mujer fresca que no hará nada más que "estar embarazada"! Y darnos más trabajo.
— Pensé que eras astuta Antonella. Resultaste ser peor que tú hermana. Ahora lárgate y dile al qué te embarazó qué te acoja en su casa.
—Mamá... por favor. ¿Cómo puedes echarme? ¿A dónde voy a ir?
—Lo siento mucho —respondió con frialdad—, pero no deseo verte aquí. ¡Lárgate ahora mismo! ¡Desaparece, ingrata! ¡Eres una zorra!
Las lágrimas fluian de mis ojos, me sentía humillada y sobre todo abandona por mi novio y ahora por mi familia.







