Había pasado ya media hora desde que el doctor comenzó a atender a José, y los chicos aún no regresaban.
Daba vueltas impaciente en la sala, mientras Fara permanecía sentada en la escalera, frotando sus manos con nerviosismo.
La puerta se abrió de golpe, y ambos entraron completamente sucios. Fara se puso de pie de inmediato y se acercó a ellos.
—¿Qué sucedió? —preguntó ansiosa—. ¿Pudieron ver de quién se trataba?
—No vimos a nadie —respondió Damián, negando con la cabeza—. Mientras patrullábamos la frontera, nos recibieron a balazos, pero lograron escapar.
—¿Cómo está su capataz? —intervino Aban.
—El médico sigue examinándolo —contestó Fara, acercándose a él —. ¿Estás seguro de que estás bien?
—Tranquila, no fue nada —suspiró él—. Pero ahora vivo con el miedo de que te pase algo.
—Doblaremos la seguridad en la hacienda y en cada extremo —afirmó Damián con determinación—. No dejaré que nadie más salga herido.
—Iré a casa. Mis padres deben estar preocupados, y debo ponerlos al tanto de