Jugando con fuego (4ta. Parte)
Unos días después
New York
Alan
Los imprevistos son como un sabotaje del destino, un disparo silencioso que desajusta todo lo que creías tener bajo control. No piden permiso. No tocan la puerta. Simplemente irrumpen, te empujan fuera del camino y te obligan a encontrar uno nuevo mientras aún estás recogiendo los pedazos.
Lo importante, dicen, es aprender a sortearlos. Yo diría que lo importante es no naufragar del todo. A veces no se trata de ganar la batalla, sino de no hundirse en el proceso, de flotar entre los restos mientras encuentras un madero al cual aferrarte.
El problema es que siempre llegan en el peor momento. No hay señales previas, no suena una alarma, no parpadea una luz roja como advertencia. Solo aparecen —como una nube espesa— y en cuestión de segundos, lo que era claro se vuelve niebla. Lo que parecía firme, se resquebraja.
¿Cómo sobrevivir a ellos? No hay una fórmula. Nadie nos entrena para la caída libre. Solo reaccionamos, improvisamos, y a veces, simplemente...