Amantes o enemigos (4ta. Parte)
El mismo día
New York
Alan
La mayor desventaja que podemos tener es un enemigo sin rostro. Uno que no grita, no se expone, no se delata. Un espectro que se esconde detrás de otros nombres, de decisiones disfrazadas de coincidencias. Y lo más peligroso de todo: uno que sabe más de nosotros que nosotros de él.
Ese tipo de enemigo juega en otra liga. Nos lleva ventaja no solo porque actúa primero, sino porque lo hace en silencio. Golpea sin dar aviso, manipula sin dejar huellas, observa mientras tú apenas intuyes que algo anda mal. Para cuando reaccionas… ya ha cerrado una puerta, sembrado una duda, eliminado una posibilidad.
Ahí está la verdadera amenaza. No en el ruido, sino en la sombra. Entonces, lo único que queda es recurrir a lo básico: los detalles. Las grietas en el discurso. Las reacciones que no encajan. Las miradas que esquivan, los silencios que pesan demasiado. Buscar pistas, indicios, cualquier resquicio de verdad que nos permita equilibrar la balanza.
Y mientras tanto, re