Ernesto
Llegamos por fin a Italia y nos fuimos a la isla donde siempre había estado. Si nos ocultábamos de alguien aquí no era nada seguro quedarnos, este lugar debe de conocerlo muchas personas de su gremio. La travesía desde Colombia en mar y llegando a cada isla de camino, cambiando de nombres, aspectos fue agotador.
—¿Y este es el lugar de seguridad?
—En efecto. Nadie conoce esta propiedad, por eso su padre lo ha mantenido oculto aquí.
Así era la vaina. Bajamos de la lancha, atravesé el muelle en dirección a la casa. Al ingresar en la sala me encontré con Alonso quien tenía puesto una bala de oxígeno, dos enfermeras recibían instrucción de un doctor. ¡Mierda! ¿Qué habrá pasado? De hecho, con ese hombre no sabía nada de nada y todo ahora me desconcertaba.
—¿Se encuentra herido?
—No Ernesto. ¿Pueden dejarme a solas con mi hijo? Ya lo que tenía que hacer se hizo.
Mientras se alejaban me senté en el mueble al lado de él. No se veía nada bien, de hecho, parecía más delgado, sus ojera