Ernesto
—Me uno a esa integración. —comentó Nadina—. Un fin de semana completo es lo merecido, mis hijas podrían quedarse con su padre, eso sería la maravilla.
—Ahí está la trampa de mi esposa.
Sonreímos ante su comentario de Eros. Recogieron los platos de la mesa. Mi abuela Elsa volvió a mirarme desde la entrada de la cocina. Había ido al consultorio, al apartamento y en cada reunión nos mira a mí y luego a Angélica. Dios, todos se dan cuenta de algo que pasa entre nosotros; era mejor salir antes de ser interrogado por mi abuelita.
—Mañana es día de trabajo.
—Hijo, ve realizando los preparativos.
—¿Siguen con el mismo tema? —Eros no eran partidarios de lo planeado. Y la razón era porque seré el sebo.
—¿De qué tema hablan?
—Nada, mamá. —Hablamos al tiempo.
—Lo siento, Belleza, cuando se ejecute, te decimos.
—No me gustan cuando los Orjuela imponen planes secretos. —Mamá se levantó—. Voy por el postre.
—Yo no quiero, me duele la cabeza, mañana tengo que visitar la nueva ciudadela.
Son