Angélica
La boda, aunque un tanto extensa, era hermosa. De mi parte me parecía mentira que esté cumpliendo uno de mis sueños, casarme con el hombre que había amado siempre; el padre de mi hijo. Por quién había llorado y reído tantas veces. La ceremonia llegaba a su final. El sacerdote proclamaba las últimas palabras.
—Los declaro, marido y mujer. Pueden besar a sus esposas.
Ernesto miró a papá, ya nos aceptaba como pareja, pero habíamos notado que no le agradaba mucho vernos besar cerca de él. Eso por consideración lo habíamos respetado, pero hoy era nuestra boda.
—Que papá mire a otro lado, no voy a dejar de besarte.
Acunó mi rostro y sus labios devoraron los míos. Mordió el labio inferior, enredé mi mano enguantada en su sedoso cabello hasta que el carraspéelo de mi padre al lado nuestro nos hizo separar. A su lado se encontraba Alonso, había adelgazado demasiado, pero se veía feliz cada día.
Vivía con nosotros. Ernesto quiso obsequiarle ese último deseo. Y en las tardes de los domi