Lyra
El frío de la madrugada aún calaba en mis huesos cuando dejé la cabaña miré a Torvin una última vez el Beta asintió con una solemnidad nueva, una lealtad que ya no le pertenecía a la Sombra de Acero, sino a la mujer que acababa de salvar a su Alpha.
— Cuídalo con tu vida, Torvin —susurré—. Si despierta y pregunta, dile que he ido a terminar lo que empezamos y que no se atreva a morir ahora que tiene una deuda conmigo.
Caminé de regreso hacia el territorio Renard, usando las sombras y mi conocimiento del terreno para entrar sin ser detectada. Sin embargo, no llegué a mi habitación de forma silenciosa. Al entrar por el ventanal del salón privado, las luces se encendieron de golpe. Dorian estaba allí, sentado en un sillón orejero, con una copa de coñac en la mano y una expresión que oscilaba entre la preocupación fingida y una furia volcánica.
— ¿Dónde estabas, Lyra? —su voz era un látigo bajo—. Mis rastreadores perdieron tu señal en el linde del bosque casi envío a un batallón