El sol se hundía en el horizonte, bañando el bosque en un tono dorado. Tara, Rhidian, Bella y los demás se encontraban reunidos en la biblioteca de la mansión, rodeados por libros antiguos y mapas desparramados sobre una mesa. El ambiente era tenso, la amenaza de Azrael y sus cazadores pesando sobre ellos como una nube oscura.
Tara se sentó al borde de una silla, sus dedos jugando nerviosamente con el borde de un libro. Aún no podía sacarse de la cabeza el beso que había compartido con Rhidian horas antes. Había sido intenso, eléctrico, pero también una distracción peligrosa. No había tiempo para perderse en emociones cuando sus enemigos estaban tan cerca.
—Necesitamos un plan —dijo Bella, rompiendo el silencio. Su voz era firme, pero sus ojos mostraban preocupación—. Azrael no se detendrá hasta que logre lo que quiere.
—Lo sabemos —respondió Rhidian, inclinándose sobre el mapa. Su mirada estaba fija en los caminos que conectaban la mansión con el pueblo cercano—. Pero no podemos