Llegaron al ala de habitaciones privadas del hospital. Alessandro los guio a una puerta donde Ricardo estaba de pie, vigilando, su rostro demacrado por la preocupación.
—¿Cómo está? —preguntó Emilio en voz baja. —Dormido —susurró Ricardo—. La Dra. Navarro le dio un sedante fuerte. Dijo que el shock fue... extremo. Ha estado preguntando por ti, Emilio.
Emilio sintió una punzada de culpa. —¿Está... enojado? Ricardo lo miró con una tristeza infinita. —Está destrozado. No enojado. Solo... roto. Entren.
Luca se detuvo en la puerta, inseguro de su lugar. —Yo esperaré aquí afuera. —No —dijo Emilio, girándose hacia él con una nueva determinación—. Tú vienes conmigo.
Luca lo miró, sorprendido. Emilio asintió, un pacto silencioso entre ellos: Juntos.
Entraron. La habitación estaba en penumbra. Guillermo (Memo) estaba en la cama, pálido, con una vía intravenosa en el brazo, pero ya no estaba intubado ni sedado como su madre. Estaba despertando.
Sus ojos se abrieron lentamente, nublados por la