CAPITULO 27: Dios mío es él...
El aire en la habitación de Amelia era un silencio artificial, roto solo por el siseo y el pitido rítmico de las máquinas que la mantenían con vida. El olor a antiséptico no lograba enmascarar la fragancia floral del jabón de ella, que aún flotaba en el ambiente.
Ricardo se detuvo junto a la cama. Alessandro permaneció cerca de la puerta, como un centinela silencioso, dándole espacio.
Verla de cerca era mil veces peor que a través del cristal. Los moretones violáceos en sus muñecas, casi desaparecidos pero aún visibles, eran un testamento del agarre de Noah. Las marcas de las cintas médicas y la intubación... era una profanación.
Con una mano que temblaba visiblemente, Ricardo apartó un mechón de cabello de la frente de Amelia. —Mi niña... —susurró, su voz rota—. Amy... perdóname.
Se quebró. Las lágrimas que había contenido durante días se derramaron. —Te abandoné, mi pequeña Amy... te dejé sola con ella, con él... por mi estúpido orgullo. Tienes que perdonarme... tienes que volver.