Guillermo desapareció al final del pasillo.
Emilio se quedó de pie en medio de la sala de espera, escuchando el silencio. El zumbido de la máquina de refrescos, el pitido lejano de un monitor. Por primera vez en cinco días, estaba completamente solo.
No sintió alivio. Sintió rabia. Una rabia fría, lúcida, que le aclaró la mente y le dio un propósito.
Regresó al sillón, pero no se sentó. Sacó su laptop y la colocó sobre la mesita. Abrió la pantalla. El reflejo le devolvió la mirada de un extraño: sus propios ojos, los ojos de Luca Bellini.
Se conectó a la red Wi-Fi del hospital, activando primero su VPN. No dejaría huellas.
Abrió el navegador seguro y accedió a la cuenta de correo anónima que había creado: registros.med.tx@proton.me.
Se tomó un momento para construir la mentira perfecta. Sería una carta formal, en inglés legal impecable, dirigida al Departamento de Archivos Médicos del Hospital St. Luke's de Houston.
A quien corresponda,
Mi nombre es Emilio De la Torre. Escribo en cali