Pero... ¿qué sería de mí cuando el tiempo empezara a cobrarse su precio?
Esa pregunta resonó en mi mente como un eco perturbador. Ahora, con mi juventud y mi físico atlético, podía hacer rendir a mis pies a esas mujeres maduras que buscaban emociones fugaces. Pero la belleza es efímera, y el deseo humano, voluble. Cuando las arrugas marcaran mi rostro y mi cuerpo perdiera su tonicidad, ¿cuántas de ellas seguirían recordando mi nombre?
Apreté los puños con determinación. No podía seguir siendo un juguete sexual. Debía crecer, fortalecerme, dejar de ser ese joven que se conformaba con pequeñas porciones de atención y placer.
Hasta hace poco, consideré que mi trabajo en la clínica era más que adecuado. Un salario de casi diez mil dólares mensuales, un ambiente estable, colegas agradables... Había considerado eso como el pináculo de mi éxito.
Sin embrago los recientes sucesos habían desgarrado ese velo de conformismo. Comprendí, con amarga claridad, que la mediocridad nunca llenaría el vac