—¿Mamá, estás bien? —preguntó María, mirando de reojo a su madre con una expresión entre confundida y algo preocupada.
Por dentro, sentía un leve temblor en el pecho. ¿No se suponía que una madre debería preocuparse por el tipo de hombre con el que se involucraba su hija? ¿Por qué la mía parecía no darle la menor importancia? ¿Y por qué no se enojó, sabiendo que estuve con un hombre tan normal, tan… común y corriente?
Alodia, como si le leyera el pensamiento, respondió con soltura:
—Porque eso no tiene importancia. En la familia Martínez no necesitamos casarnos por conveniencia para mantener imperios empresariales, ni colgarnos de ningún millonario para escalar socialmente.
Hizo una pausa, y luego añadió con un tono un poco más suave:
—Antes me preocupaba que tuvieras algún bloqueo emocional. Pero ahora me doy cuenta de que no tienes nada malo. Si alguna vez te sientes sola o triste, elige al hombre que tú quieras. Al fin y al cabo, eres la heredera de la familia Martínez. Puedes vivir