—Yo no soy como esos profesores mediocres que ascienden acostándose con él. ¡A mí no me intimida!
—¿De verdad ocurren esas cosas en nuestra universidad? — pregunté, genuinamente consternado, mientras una oleada de desagrado recorría mi espina dorsal. La corrupción del sistema educativo siempre me había parecido particularmente repugnante.
Carla se inclinó un poco hacia mí, y sus grandes ojos almendrados -siempre tan expresivos- parecían destilar una sensualidad natural que sabía con exactitud cómo afectarme.
—Precisamente por eso me atraes tanto—, susurró, jugueteando con un mechón de mi cabello: —No solo me vuelve loca tu físico atlético, sino esa deliciosa y apacible inocencia que aún conservas. Si fueras otro hombre mundano y calculador, habrías perdido todo tu encanto para mí hace muchísimo tiempo.
Arqueé una ceja, solo medio comprendiendo sus implicaciones: —¿Podrías explicarte mejor?
Una sonrisa pícara iluminó su rostro mientras explicaba: —El sexo solo es verdaderamente placent