Paula se rio maliciosa al otro lado de la línea:
—¿Me llamaste para que use mis contactos y eche a esos buitres del Ministerio?
—Sí, pero no sabía que tú y la ministra eran como perros y gatos —.
—¡Ja! Que seamos enemigas no significa que no tenga forma de moverla —dijo Paula, con un tono que mostraba cierta maldad: — Tengo ciertos... documentos comprometedores sobre esa arpía.
—¿Eh? ¿Qué clase de documentos? —pregunté, algo confundido.
—Cosas de la política sucia. Mejor no preguntes —cortó ella de inmediato: — Pero tranquilo, llamaré a esa vieja ahora mismo. Sus perros fieles estarán afuera en 10 minutos.
—Muchas gracias —suspiré, aliviado. Si Paula lo decía, era tan seguro como el amanecer.
De pronto, su voz se volvió cariñosa como la miel:
—Y dime, cariño... ¿cómo piensas agradecerme? ¿Visitas mi casa esta noche? —la última palabra la arrastró como un susurro tentador.
Me atraganté con mi propia saliva.
—Ehh... la clínica está hasta llena de problemas. No creo que pueda... —tartamud