Nadie podía asegurar cuánto tiempo más Xara conservaría su cargo.
Al fin y al cabo, el puesto de ministra de Sanidad era un hueso bastante jugoso —demasiado tentador como para no caer en la corrupción. Los últimos tres ministros habían durado menos que un helado bajo el sol de agosto.
En los pasillos del Ministerio circulaba un chiste algo negro: —El sillón ministerial tiene clavos. Nadie ha aguantado un año entero sin saltar.
Xara lo sabía. Y esa incertidumbre la corroía por dentro.
No podía arriesgarse a enemistarse con Paula, no cuando su hijo era su punto vulnerable.
El chico era brillante, pero vivían en una zona residencial lejana. Sin ningún tipo de conexiones, jamás entraría en el liceo de élite que merecía.
Por eso, por más que Paula la humillara con ese tono de superioridad, Xara pasaba saliva y aguantaba.
Pero el día de hoy, la gota que colmó el vaso fue esa orden disfrazada de favor: —¡Saca a tus inspectores YA!
Xara intentó ganar tiempo: —Voy a llamar a mi equipo para eval