No solté ni por un instante mi agarre. No confiaba en que Kallen cumpliría su palabra si le daba la más mínima oportunidad.
Mis ojos escrutaron la multitud hasta encontrar a Mario, tambaleándose, pero aún en pie.
—¿Señor Mario? ¿Logró cumplir su venganza? —grité sobre el alboroto.
Mario, con el rostro ensangrentado y la respiración entrecortada, apretó los puños: —Estuve a punto… pero ese cobarde escapó como una vil rata.
—Mierda. ¿Nos retiramos entonces? La venganza puede esperar —le dije, consciente de nuestro desgaste.
Vi el conflicto en sus ojos: la furia lo empujaba a seguir, pero la responsabilidad hacia nosotros lo detuvo.
Originalmente, su plan había sido simple: castrar a Rubio y entregárselo a la policía.
Pero ahora, con Kiros y yo involucrados, todo había cambiado.
Lo llamé hacia mí mientras ajustaba el cuchillo contra el cuello de Kallen: —¡Que todos se queden en este lugar! ¡Tú vienes con nosotros!
Kallen, al sentir que liberaba su entrepierna, recuperó algo de compostura: