—¡Vaya manera de hablar! —protesté, frotándome la cabeza como si pudiera borrar la tensión que sentía:— ¿En qué me he equivocado contigo para que me desees tan poca suerte?Maren lanzó un resoplido devastador, cruzando los brazos sobre su escote que amenazaba con escapar de su ajustado vestido rojo: —¿De verdad crees que no me debes nada? —Su voz era como un látigo cargado de ironía: — ¡Ese estúpido consejo que me diste la última vez hizo que Jorath y yo ni siquiera nos habláramos durante semanas!Un sudor frío me recorrió enseguida la espalda.Mis ojos se desviaron hacia Jorath, cuya mirada fría parecía perforarme como un láser.Parecía estar preguntándome sin palabras: —¿Por qué demonios le enseñaste esas tonterías?Aterrado me costaba sostenerle la vista.—¡Eh…! ¿Quieren café? ¡Garon! ¡Trae el mejor grano que tengamos! —traté de distraerlos.Maren cortó el aire con un gesto violento:—Olvida el café. Vinimos porque la señorita María nos pidió que te ayudáramos.¡María!Debió enterars
—¡Eres un cobarde! Si no me ayudas, olvídate de que yo haga algo por ti —Maren cruzándose despreocupada de brazos, con chispas saliendo de sus ojos.En un momento tan crítico, no podía permitirme enemistarme con ella. Respiré profundo y cedí de inmediato: — Vale… lo haré. Pero solo esta vez. El resto depende de ti. Si la oportunidad se te escapa, no me culpes por nada.La sonrisa de Maren reapareció al instante.—¡Trato hecho! —dijo, girándose hacia donde estaba Jorath con determinación.Yo, por mi parte, me quedé discutiendo en un tono de voz baja: —Señorita Patricia, perdóneme… pero es por el bien del Hospital San Rafael.Con las manos temblorosas, mezclé unas hierbas afrodisíacas en el café y le pedí a Garon que lo sirviera.—Así Jorath no sospecharía —pensé, aliviado.Con ese sujeto en este lugar, al menos tendríamos protección contra Kallen. En cuanto a lo que pasara entre Maren y él… bueno, ese ya no era mi problema.Pero justo cuando empezaba a tranquilizarme, Maren irrumpió en
Corrí hacia el borde del río, con el corazón en la garganta, teniendo mucho miedo que la corriente se lo hubiera llevado.Pero en cuestión de segundos, comprendí que había subestimado a Jorath… ¡y de quémanera!De pronto, su cabeza apareció entre las aguasembravecidas, y no solo eso: comenzó a nadar contra la corriente con una fuerza sobre natural.Quedé asombrado al instante.En ese preciso momento, entendí que un hombre como él trascendía los límites de lo normal, desafiando incluso a la naturaleza.Mis ojos no podían apartarse. ¿Llegaría yo alguna vez a ese nivel?Pasaron veinte minutos antes de que Jorath saliera del agua, pero con el rostro ya tranquilo, como si el río hubiera lavado todo rastro del afrodisíaco.Cuando sus ojos afilados se concentraron en mí, sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.—Señor Jorath… ¿está bien? —pregunté con un tono de voz temblorosa, sin poder evitar fijarme en su físico escultural.Era imposible no admirarlo: hombros anchos, torso en V y músc
Y quien tiraba de la cuerda no era nada más y nada menos que el propio Jorath, a un lado de la orilla con una pose que me cortaba el aliento por completo.Aunque me había lanzado al río y casi me ahorcaba con ese lazo, no podía sentir ni el más mínimo ápice de rencor.—Señor Jorath, muchas gracias —dije al salir del agua, restregándome el pelo empapado con una sonrisa de oreja a oreja.Él me miró como si estuviera viendo una cucaracha parlante: —¿Muchas gracias? ¿Por echarte al río? ¿O por no dejarte morir como merecías?—Gracias por esa patada. Me hizo entender la distancia indescriptible que hay entre nosotros. Ahora te admiro aún más —confesé con una sinceridad que ni yo mismo sabía que tenía.Jorath soltó una carcajada seca: —Para que te acepte como discípulo, eres capaz de vender hasta tu dignidad, ¿eh?—Te equivocas. No es ningún tipo de halago. Es... revelación —dije, tocándome el pecho mojado.—No me trago tus mentiras —furioso mientras enrollaba la cuerda con movimientos brusc
Jorath me soltó como un saco de patatas, mi cuerpo golpeando el suelo con un fuerte crujido seco que resonó en mis huesos. El dolor agudo fue como un disparo de adrenalina directo al cerebro, despejando la niebla de mi mente.¡Había sido una prueba!Todo este tiempo, solo estaba jugando conmigo, midiendo mis límites como un cirujano explora una herida antes de suturar.Me levanté, restregándome el trasero adolorido, con una sonrisa de torpeza: —Es solo que... temí que si no saltaba, pensaría que soy un cobarde.Jorath, ya trepado como mico en su moto, lanzó un grito:—¿Y crees que saltando como un idiota me impresionaras?Sentí que las orejas me ardían por completo.—No… no es eso. Sé que mi primera impresión fue pésima —balbuceé:— Pero no era una excusa. Lucian es fuerte, sí, pero yo…Apreté los puños, buscando las palabras correctas.—No tengo tu valor. Soy débil. Pero no quiero seguir siéndolo. Por eso necesito cambiar.Jorath arrancó a velocidad el motor, pero antes de irse, dejó ca
Paula se rio maliciosa al otro lado de la línea:—¿Me llamaste para que use mis contactos y eche a esos buitres del Ministerio?—Sí, pero no sabía que tú y la ministra eran como perros y gatos —.—¡Ja! Que seamos enemigas no significa que no tenga forma de moverla —dijo Paula, con un tono que mostraba cierta maldad: — Tengo ciertos... documentos comprometedores sobre esa arpía.—¿Eh? ¿Qué clase de documentos? —pregunté, algo confundido.—Cosas de la política sucia. Mejor no preguntes —cortó ella de inmediato: — Pero tranquilo, llamaré a esa vieja ahora mismo. Sus perros fieles estarán afuera en 10 minutos.—Muchas gracias —suspiré, aliviado. Si Paula lo decía, era tan seguro como el amanecer.De pronto, su voz se volvió cariñosa como la miel:—Y dime, cariño... ¿cómo piensas agradecerme? ¿Visitas mi casa esta noche? —la última palabra la arrastró como un susurro tentador.Me atraganté con mi propia saliva.—Ehh... la clínica está hasta llena de problemas. No creo que pueda... —tartamud
Nadie podía asegurar cuánto tiempo más Xara conservaría su cargo.Al fin y al cabo, el puesto de ministra de Sanidad era un hueso bastante jugoso —demasiado tentador como para no caer en la corrupción. Los últimos tres ministros habían durado menos que un helado bajo el sol de agosto.En los pasillos del Ministerio circulaba un chiste algo negro: —El sillón ministerial tiene clavos. Nadie ha aguantado un año entero sin saltar.Xara lo sabía. Y esa incertidumbre la corroía por dentro.No podía arriesgarse a enemistarse con Paula, no cuando su hijo era su punto vulnerable.El chico era brillante, pero vivían en una zona residencial lejana. Sin ningún tipo de conexiones, jamás entraría en el liceo de élite que merecía.Por eso, por más que Paula la humillara con ese tono de superioridad, Xara pasaba saliva y aguantaba.Pero el día de hoy, la gota que colmó el vaso fue esa orden disfrazada de favor: —¡Saca a tus inspectores YA!Xara intentó ganar tiempo: —Voy a llamar a mi equipo para eval
Kallen escupió las palabras como si fueran veneno, ignorando por completo la advertencia de su primo: —Si no quieres ayudar, vete. Mis asuntos no te interesan en lo absoluto.El inspector, cuyo rostro se oscureció como el cielo antes de un huracán, respondió con voz cortante:—Te lo hice por tu familia. Pero si vas a ser tan ingrato, olvídalo.—¡Solo soy un supervisor, no el ministro! —gritó, las venas del cuello sobresaliendo como si fueran cables: — ¡No tengo autoridad para lo que me pides!—Sí, sí, ya entendí —lo interrumpió Kallen con un gesto de enojo, como si estuviera ahuyentando a un perro callejero.El hombre, herido en su orgullo, giró sobre sus talones y se marchó con su equipo, dejando atrás un silencio cargado de frustración.Kallen en ese momento fijó sus ojos en mí, con una mezcla de odio y algo que casi parecía... respeto.—No está mal —murmuró: — Lograste echar al Ministerio. ¿Quién diablos te respalda?—No necesitamos respaldo —dije, cruzando los brazos: — Las medicina