Kiros me miró con los ojos llenos de duda: —¿Qué hacemos en este lugar? ¿Intervenimos o no?
Apreté los dientes hasta que me dolió la mandíbula: —¡No! Ese cabrón humilló a Mario de la peor manera. ¡Yo haría lo mismo en su lugar!
Mientras hablábamos, varias figuras entraron de manera abrupta al bar.
Era Kallen y sus matones.
Kallen, con el rostro oscuro por la furia que sentía, escupió las palabras como si fueran balas: —¡Me cago en todo! ¿Cómo se les ocurrió cabrones causar problemas en mi territorio? ¿Tan ansiosos están por visitar el cementerio?
—¡Ahora! —le susurré, aprovechando el momento de distracción. Junto a Kiros, salimos como agiles flechas y nos plantamos frente a Mario, para lograr protegerlo.
Rubio, al ver a Kallen, empezó a chillar una y otra vez como un cerdo degollado: —¡Señor Kallen! ¡Sálveme, por favor! ¡Estos locos quieren matarme!
Le di una patada tan fuerte que escupió sangre: —¡Cierra el pico, imbécil! ¡Hoy ni el mismísimo Dios podrá salvarte!
Luego, me di la vuel