Patricia: Aquilino ha tenido fiebre muy alta que no baja con nada. Los médicos dicen que es una infección viral grave. Lo trasladaremos al Hospital Luz márida.Me incorporé de golpe, como si me hubieran electrocutado.¿Cómo podía ser tan grave? La última vez que lo vi, su color había mejorado. Creí que estaba fuera de peligro.Una losa de plomo se instaló en mi pecho. Las palabras me salieron solas: —Aquilino es un hombre bueno. ¡Te aseguro que saldrá de esta! Patricia... rezaré por él.Patricia: Muchas gracias.La conversación murió ahí, pero cada palabra suya en la pantalla pesaba como un ladrillo.No podía aceptarlo. ¿Cómo alguien como Aquilino, generoso hasta con las piedras, podía tener cáncer de hígado? ¿Y por qué empeoraba de repente?Recordé con nostalgia al viejo de mi pueblo. También tuvo cáncer hepático. En sus últimos días, los desgarradores gritos de dolor atravesaban calles enteras. Nuestra casa estaba lejos, y aun así escuchábamos su agonía como un eco maldito.No permit
Mario soltó una risa que enfriaba cada vez más la sangre. No era de humor, ni de ironía. Era el sonido de un hombre que ya no tenía nada que perder.—Ja.ja... Por eso te pido que los cuides, Óscar. —Su voz era tranquila, demasiado tranquila, como el silencio antes de que un edificio colapsara: —No me fallarás, ¿verdad?Mis dedos se cerraron con fuerza alrededor del celular. Sabía lo que estaba planeando.—¡Ni loco! —Le recriminé, con una voz quebrada por una mezcla de rabia y terror: —¡No pienso cargar con tu familia! ¡Todavía quiero casarme algún día!El silencio del otro lado fue repentino, pero suficiente para confirmar mis peores temores.—Esta es mi cruz, y yo solo la cargaré. —Sus palabras eran como un fuerte susurro para él, pero llevaban el peso de una sentencia: —No dejaré que el hospital sufra por mis errores.—¡Mario, escúchame muy bien! ¡No hagas esta loc.Click.El silencio repentino me golpeó como un martillo.—¡NO!Marqué en repetidas ocasiones su número una, dos, cinco
Rubio esquivó con agilidad, pero el filo aún logró alcanzar su hombro.Al instante, un dolor agudo lo hizo gritar de desesperación, mientras el lugar se sumía en un completo caos.—¡Alguien, rápido, acaba con él! —rugió Rubio, presionando la herida con una mano mientras la sangre empapaba con rapidez su camisa.Mario había intentado acabar con Rubio de un solo golpe, pero no contaba con que este lograría esquivarlo en el último momento.Sin experiencia en peleas, el pánico se apoderó de él de inmediato.Su mente quedó en blanco, y ni siquiera supo cuándo había soltado el machete.Al ver que todos los presentes en el bar se lanzaban hacia él, Mario no lo pensó dos veces: dio la vuelta sobre sus talones y salió corriendo despavorido.Emma, escondida en un rincón, observaba la escena con el corazón en la mano.—¡Dios mío, Mario! —murmuró entre lágrimas, sacando su celular con las manos temblorosas.Marcó mi número con desesperación, y apenas escuchó mi voz, solté una sarta de palabras: —¡
Kiros me miró con los ojos llenos de duda: —¿Qué hacemos en este lugar? ¿Intervenimos o no?Apreté los dientes hasta que me dolió la mandíbula: —¡No! Ese cabrón humilló a Mario de la peor manera. ¡Yo haría lo mismo en su lugar!Mientras hablábamos, varias figuras entraron de manera abrupta al bar.Era Kallen y sus matones.Kallen, con el rostro oscuro por la furia que sentía, escupió las palabras como si fueran balas: —¡Me cago en todo! ¿Cómo se les ocurrió cabrones causar problemas en mi territorio? ¿Tan ansiosos están por visitar el cementerio?—¡Ahora! —le susurré, aprovechando el momento de distracción. Junto a Kiros, salimos como agiles flechas y nos plantamos frente a Mario, para lograr protegerlo.Rubio, al ver a Kallen, empezó a chillar una y otra vez como un cerdo degollado: —¡Señor Kallen! ¡Sálveme, por favor! ¡Estos locos quieren matarme!Le di una patada tan fuerte que escupió sangre: —¡Cierra el pico, imbécil! ¡Hoy ni el mismísimo Dios podrá salvarte!Luego, me di la vuel
No solté ni por un instante mi agarre. No confiaba en que Kallen cumpliría su palabra si le daba la más mínima oportunidad.Mis ojos escrutaron la multitud hasta encontrar a Mario, tambaleándose, pero aún en pie.—¿Señor Mario? ¿Logró cumplir su venganza? —grité sobre el alboroto.Mario, con el rostro ensangrentado y la respiración entrecortada, apretó los puños: —Estuve a punto… pero ese cobarde escapó como una vil rata.—Mierda. ¿Nos retiramos entonces? La venganza puede esperar —le dije, consciente de nuestro desgaste.Vi el conflicto en sus ojos: la furia lo empujaba a seguir, pero la responsabilidad hacia nosotros lo detuvo.Originalmente, su plan había sido simple: castrar a Rubio y entregárselo a la policía.Pero ahora, con Kiros y yo involucrados, todo había cambiado.Lo llamé hacia mí mientras ajustaba el cuchillo contra el cuello de Kallen: —¡Que todos se queden en este lugar! ¡Tú vienes con nosotros!Kallen, al sentir que liberaba su entrepierna, recuperó algo de compostura:
—¡Menos mal que llegamos a tiempo! —grito Kiros, cruzando los brazos: — Podrías haber terminado tirado en un callejón como un perro sarnoso.Los ojos de Mario, antes vacíos y, desorbitados de pronto brillaron con una intensidad cruel y despiadada:—Pero no me arrepiento. Solo lamento no haberle cortado ese maldito miembro a Rubio.Le di dos palmadas en el hombro, intentando calmarlo: —La venganza es un plato que se sirve frío, colega. Ya llegará nuestro momento.—Ayer en horas de la tarde Naida fue a la clínica a buscarte —añadí, cambiando de tema: — Estaba muy preocupada. Te llevaré a casa primero.Mario negó con vehemencia, como si le hubiera propuesto llevarlo al infierno: —¡No! Puedo volver a ese lugar.Kiros, siempre directo, soltó una carcajada amarga: —¿Qué? ¿Acaso planeas correr de vuelta a los brazos de esa zorra malnacida?—¡Emma y yo terminamos para siempre! —gritó Mario, golpeando el asiento una y otra vez: — Pero... no es eso. Simplemente... no puedo enfrentarme a mi famili
—¡Vaya manera de hablar! —protesté, frotándome la cabeza como si pudiera borrar la tensión que sentía:— ¿En qué me he equivocado contigo para que me desees tan poca suerte?Maren lanzó un resoplido devastador, cruzando los brazos sobre su escote que amenazaba con escapar de su ajustado vestido rojo: —¿De verdad crees que no me debes nada? —Su voz era como un látigo cargado de ironía: — ¡Ese estúpido consejo que me diste la última vez hizo que Jorath y yo ni siquiera nos habláramos durante semanas!Un sudor frío me recorrió enseguida la espalda.Mis ojos se desviaron hacia Jorath, cuya mirada fría parecía perforarme como un láser.Parecía estar preguntándome sin palabras: —¿Por qué demonios le enseñaste esas tonterías?Aterrado me costaba sostenerle la vista.—¡Eh…! ¿Quieren café? ¡Garon! ¡Trae el mejor grano que tengamos! —traté de distraerlos.Maren cortó el aire con un gesto violento:—Olvida el café. Vinimos porque la señorita María nos pidió que te ayudáramos.¡María!Debió enterars
—¡Eres un cobarde! Si no me ayudas, olvídate de que yo haga algo por ti —Maren cruzándose despreocupada de brazos, con chispas saliendo de sus ojos.En un momento tan crítico, no podía permitirme enemistarme con ella. Respiré profundo y cedí de inmediato: — Vale… lo haré. Pero solo esta vez. El resto depende de ti. Si la oportunidad se te escapa, no me culpes por nada.La sonrisa de Maren reapareció al instante.—¡Trato hecho! —dijo, girándose hacia donde estaba Jorath con determinación.Yo, por mi parte, me quedé discutiendo en un tono de voz baja: —Señorita Patricia, perdóneme… pero es por el bien del Hospital San Rafael.Con las manos temblorosas, mezclé unas hierbas afrodisíacas en el café y le pedí a Garon que lo sirviera.—Así Jorath no sospecharía —pensé, aliviado.Con ese sujeto en este lugar, al menos tendríamos protección contra Kallen. En cuanto a lo que pasara entre Maren y él… bueno, ese ya no era mi problema.Pero justo cuando empezaba a tranquilizarme, Maren irrumpió en