Kiros intentó llevar a Mario de vuelta al local, pero aquel sujeto, sin pronunciar ni una palabra, lo empujó con violencia y huyó como un alma perseguida por el diablo.
A pesar de haber corrido detrás de él durante varias calles, Kiros no logró alcanzarlo. Enojado, regresó al hospital y, apartándome en un rincón, me relató con un tono de voz entrecortada la humillación que había sufrido Mario.
Cada palabra que escuchaba me hundía el corazón como un puñal, y una ira ardiente comenzó a expandirse por todo mi pecho.
Mario era un hombre decente. Aquellos bastardos no solo lo habían despojado de su dignidad, sino que además lo habían dejado herido en lo más profundo de su alma.
Tomé mi celular con las manos temblorosas y marqué su número una y otra vez, pero solo el tono de llamada contestaba, frío e indiferente.
Un presentimiento oscuro se apoderó de mí: algo terrible le iba a pasar a Mario. La idea me enfrió cada vez más la sangre.
—Maldita sea. —Las palabras salieron de mis labios antes