Quería que mi cuñada entendiera que no solo deseaba su cuerpo, sino que además la deseaba con toda su alma y cuerpo enterito.
Noté que su rostro se sonrojaba intensamente y que su pecho subía y bajaba de manera agitada.
Sabía que en ese preciso momento su corazón debía estar desbordado de ansiedad y confusión.
No pude evitar rodearla con mis brazos desde atrás.
Ella, asustada, murmuró, —Óscar, suéltame, cuidado con que alguien nos vea.
—No, no te soltaré, a menos que respondas a la pregunta que te hice antes. Admito que lo dije a propósito.
Sabía que, si no tomaba esta actitud, ella nunca respondería con sinceridad.
—Está bien, reconozco que en mi corazón hay algo por ti, ¿contento? Ahora suéltame, — dijo ella, con tono nervioso.
Aun así, no la solté; en cambio, insistí, —no, tu respuesta fue demasiado evasiva. Quiero que lo digas en serio, de verdad.
En ese momento, escuchamos cierto movimiento en la cama de al lado. El anciano comenzaba a despertarse.
Mi cuñada se mostró aún más ne