Punto de vista de Rafael:
Estaba en la ventana de mi dormitorio, el café enfriándose en mi mano, viendo cómo se mudaba a la casa de enfrente.
Mi casa. La que había comprado hace tres días bajo una sociedad ficticia. La que había arreglado para rentársela por una miseria a través de un agente que creía que la historia familiar era real.
La casa que había comprado porque…
¿Porque por qué?
Control, me dije. Se trataba de control. La necesitaba cerca. Necesitaba monitorear cada movimiento suyo, ver su lucha, orquestar la siguiente fase de mi venganza.
Ciertamente no era porque verla buscar desesperadamente vivienda había hecho que algo se retorciera incómodamente en mi pecho. No era porque había imaginado a ella y a esa niña durmiendo en su coche y había sentido…
No.
Tomé un sorbo de café, haciendo una mueca al darme cuenta de que se había vuelto amargo y tibio.
Abajo, Carlos —ese idiota— cargaba cajas de un camión de mudanzas. Uno pequeño, porque aparentemente todo lo que Teresa poseía c