El bosque estaba en completo silencio, como si presintiera lo que estábamos por enfrentar. Cabalgábamos sin detenernos, guiados por la información de los infiltrados. La supuesta ubicación de la guarida de Zarek era una vieja fortaleza abandonada en el límite oriental del valle, cubierta por maleza y casi invisible desde el aire. Marco y Leo cabalgaban cerca de mí, atentos a cualquier movimiento. Mis guerreros nos seguían en formación cerrada. Sabíamos que no sería fácil, pero esta vez, había una esperanza de ponerle fin a todo.
—Según el informe, ha estado escondido aquí las últimas semanas —dijo Marco, sin dejar de observar el mapa que llevaba sujeto a la silla de montar.
—Espero que no sea otra trampa —agregó Leo, desconfiado—. Ese bastardo no se rinde tan fácil.
Asentí en silencio. Algo en mí no terminaba de encajar. Todo parecía demasiado fácil.
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A la distancia, oculto entre los riscos y protegido por una vieja magia de encubrimiento, Zarek observaba cada uno de nuestros movimie