Cuando ya emprendíamos la retirada, tomé la decisión de quedarme y les ordené a mis hombres que se marcharan. Necesitaba ver el dolor de ese bastardo con mis propios ojos.
Veía cómo todos se desvivían por atenderlo, mientras él se retorcía de dolor. Era tal como quería: que recibiera los impactos sin saber siquiera de dónde provenía todo esto.
—¡Quiero que encuentren al infeliz que me hizo esto! ¡Nadie osa entrar a mi territorio sin recibir su castigo! —rugía como un animal acorralado.
—Amor, tienes que tranquilizarte —intervino Freya con una teatralidad absurda desde la esquina, sin saber qué hacer.
Cuando los médicos terminaron de revisar su pierna, le informaron lo que ya sospechaba.
—La flecha estaba envenenada.
—¿Va a morir? —preguntó uno de los ancianos con tono preocupado.
—No. El veneno no parece ser letal, pero ataca directamente los nervios. Experimentará un dolor agudo durante algún tiempo.
—¡Maldita sea! —bramó Dante lleno de impotencia.
—¡Todos son unos inútiles! ¿Cómo es