Valeria apenas durmió esa noche.
Permaneció despierta en la habitación de invitados que Mateo le había preparado con tanto cariño, otra punzada de dolor para su orgullo ya herido. La luz de la luna se derramaba por la habitación, iluminando sus pensamientos, cada uno más oscuro que el anterior.
Emilia.
Solo ese nombre la irritaba.
¿Cómo se atrevía esa mujer a entrar en la vida de Mateo?
¿Cómo se atrevía a besarlo con tanta valentía delante de ella?
¿Cómo se atrevía a quedarse allí con esa cara tranquila después de haberle lanzado un insulto tan humillante sobre el beso de Mateo?
Valeria repasó esa escena una y otra vez: la risa, la confianza, la forma en que Emilia se burlaba de ella.
Por la mañana, sus celos se habían transformado en una fría determinación.
Había que hacer algo.
Algo sutil.
Algo astuto.
Algo que hiciera parecer a Emilia la mujer equivocada para Mateo.
Mateo era gentil, compasivo, un hombre que valoraba la humildad y la amabilidad. Si veía a Emilia como arrogante, irr