Un tenue rayo de luz matutina se coló entre las cortinas y se posó sobre el rostro de Mateo. Parpadeó lentamente, con la cabeza palpitándole con un dolor sordo y pesado. Todo se sentía borroso, como si lo hubieran sacado de un profundo sueño sin sueños.
Se incorporó, frotándose las sienes.
¿Qué pasó anoche…?
Su camisa estaba tirada descuidadamente sobre la silla. Las sábanas estaban un poco enredadas. Sentía un calor extraño en el cuerpo, como si hubiera pasado la noche abrazado a alguien.
Pero nada tenía sentido.
Antes de que pudiera atar cabos, la puerta se abrió con un crujido.
"¿Mateo?", Valeria entró con una sonrisa demasiado radiante y una taza de café humeante. "Buenos días. Me asustaste ayer".
Frunció el ceño. "¿Ayer?"
"Te desmayaste en tu estudio", dijo ella, dejando la taza en su mesita de noche. "Tuve que llamar al médico. Vino a revisarte. Dijo que era por estrés y exceso de trabajo". Ella le tocó la frente suavemente. "Gracias a Dios que estás bien".
Parpadeó. "Yo... no r