Mateo estaba sentado en su estudio con un vaso de whisky, con expresión indescifrable. El aire estaba cargado con el aroma a libros encuadernados en cuero y una fría tensión. Emilia estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, observándolo en silencio. Su rostro estaba sereno, pero su mente estaba haciendo cálculos.
Un golpe en la puerta rompió el silencio. Uno de los guardias de Mateo entró.
"Señor, la señorita Isla está al teléfono. Dice que es urgente".
Mateo arqueó las cejas con vaga irritación.
"Póngala".
El guardia se fue. Momentos después, el teléfono de Mateo vibró. Contestó con el altavoz.
"Habla".
La voz de Isla llegó al instante: tensa, amarga y temblorosa, con furia contenida.
"Hola, Mateo. Soy Isla... y tengo un plan jugoso para ti".
Emilia y Mateo intercambiaron una rápida mirada.
Mateo se reclinó en su silla.
"¿Lo entiendes?"
“Oh, querrás oír esto”, continuó Isla, soltando una risita amarga.
“Creo que queremos lo mismo. Quiero que Leonardo sea destruido… y