22. Repentina agresión
Medea retomó el llanto de hacía un momento al sentir pasos apresurados acercarse. Sabía que no era el inútil de Elian, que seguramente se estaba muriendo de angustia, sino Saphira, quien entró en la habitación respirando como una fiera embravecida.
—Medea, ¿es cierto lo que se murmura afuera? —se acercó rápidamente a ella—. Amiga, estoy aquí, sabes que soy tu confidente, puedes...
—Es verdad —trató de limpiarse las lágrimas con torpeza—. Ay, Saphira... creo que Elian me engaña.
Saphira se crispó, y su garganta se cerró.
—¿Estás segura? —puso su mano sobre la de ella—. ¿Cómo lo sabes? ¿Y quién es la mujer?
—No sé quién es, pero Elian vino oliendo al perfume de otra. Era demasiado fuerte, olía a rosas. Sabes que no puedo ver, pero percibo rápidamente los olores.
—No, quizás te equivocaste y...
—No, Saphira, o no sé... Quizás estoy paranoica, pero su ropa estaba impregnada de ese aroma. De verdad creo que me engaña. Si quieres, puedes ir a verificarlo por ti misma.
—Claro que lo haré —la