La venganza de la esposa del CEO
La venganza de la esposa del CEO
Por: Luna Ro
Capítulo: La Trampa

El teléfono sonó con insistencia. Paula contestó de inmediato al ver el nombre de su hermanastra.

—¡Paula, sálvame! —gritó Alicia al otro lado de la línea—. ¡Amiga, por favor, ayúdame, han abusado de mí!

La voz quebrada de Alicia hizo que el corazón de Paula se detuviera un segundo.

—¿Qué? ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

—Hotel Handone... habitación treinta y tres... ven sola, no le digas a nadie, me da mucha vergüenza... tengo miedo —sollozó Alicia, casi sin aliento.

—¡Ya voy, no te preocupes! ¡Te juro que estaré ahí en minutos!

Colgó con manos temblorosas. Su respiración se agitaba mientras tomaba las llaves del auto. Dudó por un instante.

Pensó en llamar a su esposo, Javier Villegas. Contarle lo que pasaba. Pero algo en su pecho le dijo que debía ir sola. Alicia era su mejor amiga, su hermana del alma. No podía dejarla así.

La noche era espesa, oscura. Paula manejó con el corazón en la garganta, las manos sudorosas sobre el volante, los pensamientos revueltos.

Solo podía imaginar a su amiga herida, destrozada, sola. No había espacio para otra cosa.

Llegó al Hotel Handone. El lugar era un hotel de mala muerte, no entendía por qué Alicia vino hasta aquí, pero el aire se sentía pesado, y ella solo podía pensar en salvar a su amiga.

Paula caminó con prisa, se dirigió a la recepción, pero no esperó respuestas.

Subió por las escaleras hasta el tercer piso. Habitación treinta y tres.

Tocó con fuerza.

—¡Alicia! ¡Soy yo, Paula! ¡Ábreme!

La puerta se abrió de golpe, sin que nadie la recibiera. El silencio del cuarto le puso la piel de gallina.

Entró despacio, mirando a todos lados.

—¿Alicia? ¿Dónde estás?

Fue entonces cuando escuchó el "clic" sordo de la puerta cerrándose a sus espaldas.

Giró con rapidez.

Un hombre estaba allí. Alto, de mirada oscura, con un gesto perverso. Antes de que pudiera reaccionar, él se abalanzó sobre ella.

—¡No! ¡Suéltame! —gritó Paula, forcejeando con todas sus fuerzas.

La empujó hacia la cama, le tapó la boca.

El aliento apestaba a vino barato, y sus manos sucias la paralizaron.

Luchaba con desesperación, como una presa acorralada. El terror la invadía.

Pensó que ese era su final.

Pero en el instante en que sintió que iba a perder el control, la puerta se abrió de golpe. Javier irrumpió como un huracán.

—¡Paula!

El hombre se apartó de ella como si quemara.

Paula lloraba, temblaba.

—¡Amor, me quería abusar! ¡Por Dios, ayúdame!

El rostro de Javier, normalmente tan sereno, estaba transformado.

Pero antes de que dijera algo, ese hombre rio con cinismo.

—¿Abusarte? ¡Qué ironía! —dijo burlándose—. Esta mujer es mi amante. Nos hemos visto aquí muchas veces. Ella es mía. Pregunta en la recepción si no me crees.

Paula lo miró con espanto.

—¡Miente! ¡Por favor, escúchame! Alicia me llamó, me dijo que viniera. ¡Me pidió ayuda!

Javier clavó sus ojos en ella. Esa mirada no era la de su esposo. Era la de un hombre herido. Roto.

—¿Alicia? —preguntó, apretando los dientes.

Y entonces, como invocada, Alicia apareció en la habitación.

Llevaba el cabello suelto, los ojos llenos de lágrimas fingidas, las manos temblorosas.

—Paula... ¿Cómo pudiste? ¿Cómo fuiste capaz de hacerle esto a tu esposo? —preguntó en un tono entre escandalizado y compasivo—. Me usaste como excusa. Dijiste que venías a ayudarme, y mírate. ¡Lo engañaste! ¡Traicionaste tu matrimonio con un amante! ¡Yo... yo no puedo creerlo!

Paula no entendía nada. Todo daba vueltas.

—¿Qué? ¡Alicia, tú me llamaste! ¡Tú me pediste que viniera! ¡Me dijiste que habías sido abusada!

—¡Yo nunca haría algo así! —dijo Alicia con un tono de voz perfecto—. ¡Eres una mentirosa!

El alma de Paula se rompió. Javier se volvió hacia ella. Le tomó del brazo con fuerza.

—¿Qué clase de mujer eres? Te entregué mi vida, te amé más que a nada, ¡y tú me traicionas con ese desgraciado!

—¡Javier, no! ¡No es verdad! ¡Me tendieron una trampa!

—¡Cállate! —gritó él, su voz rasgada por el dolor.

El hombre fue sujetado por dos guardias que Javier había traído consigo. Forcejeaba, pero lo arrastraron fuera.

—¡Estás cometiendo un error! ¡Yo no hice nada!

—¡Y tú también pagarás! —le dijo Javier a Paula, temblando de rabia—. ¡Quiero el divorcio! ¡No quiero volver a verte jamás!

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