Capitulo 4

—¿Qué tienes? —me preguntó mi amiga Ellie al ver que no decía nada. Las dos estábamos sentadas en el salón de nuestro apartamento.

—No lo sé. Desde que hablé con esa chica me siento rara. Es como si hubiera dejado de sentirme importante. 

—¿Qué quieres decir?

—Que no he sido la única en terminar destruida por Antoni. Hasta ahora somos tres. 

—¿Y eso en qué te afecta?

—En que ahora comprendo por qué no me reconoció. No signifiqué nada para él. Solo fui otra en su colección. Me siento como la rosa del Principito que se creía especial y solo era una más.

—Mary, ¿Y cómo es estar con él? Me imagino que pasan mucho tiempo juntos.

Bufé y caminé hasta la cafetera de la cocina. Mientras me servía una taza contesté.

—Quitando el viaje que hicimos todo ha sido muy profesional. Me trata con respeto, me indica lo que tengo que hacer, le paso las llamadas importantes y le recuerdo las citas y lo que tiene en la agenda. No tengo tiempo de nada. 

—Hay que ver, yo que creía que todo sería más emocionante. 

La miré con malicia.

—Oye, ¿Qué tal va todo con, tu amorcito?

Mi amiga resopló.

—Ahí vamos.

—Los escuché la otra noche.

Mi amiga me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Lo juras? Disculpa, se suponía que no iba a venir. Llegó a esa hora porque a Vanesa le surgió un imprevisto en el hospital.

Vanesa era la mujer de Luis y mi amiga venía siendo su amante. Él llevaba tres meses asegurándole que pronto la dejaría para estar a plenitud con ella pero nunca lo hacía.

—Las dos somos dos casos perdidos en esto del amor. 

—Bueno —me miró con interés—, ¿Saldremos esta noche o no? Me hablaron de un lugar que promete.

—Estoy cansada, y recuerda que no puedo dejar al niño solo.

—Eso lo tengo resuelto. Ivan vendrá a quedarse con él.

Ivan era el hermano menor de Ellie. Tenía 17 años y de vez en cuando cuidaba de Tobi con la condición de dejarlo usar nuestra wi-fi toda la noche. 

—No lo sé, estoy cansada. El día de hoy fue muy ajetreado.

—No seas pesada, solo será un rato, si nos aburrimos regresamos y tendremos una noche de películas o lo que te apetezca.

Al final terminé cediendo. En parte porque después de la semana que había tenido me merecía unas horas de esparcimiento. 

Después de arreglarnos salimos en taxi. No tardamos en llegar a un local que acababan de abrir en el centro de la ciudad. La música contagiosa se esparcía por doquier y la gente se agrupaba en medio bailando y disfrutando de la noche. 

—¿Mary? 

Miré a mi lado y me encontré a Daniela. Vestía un vestido escotado que se ajustaba de maravilla a su esbelta figura.

—Qué coincidencia. Ellie, ella es Daniela, una amiga de la empresa. 

Las dos se saludaron. 

—Oye, ¿por qué no se unen a nosotras?

Miré hacia atrás y me encontré a Ángela y Melissa. La primera iba con una blusa de mangas largas y una saya diminuta y la segunda un vestido floreado más formal.

—¡Chicas! —las llamé y no tardamos en unirnos a ellas. 

Estábamos pasando una noche estupenda. Nos habíamos hecho con una mesa y disfrutábamos de nuestras bebidas. Ya estaba un poco mareada y se me estaba soltando la lengua.

—¿Qué tal tu salida con el papasote de Antoni? —chilló Angela y todas nos reímos al mismo tiempo.

—¿Ya se te tiró encima? —cuestionó Melissa.

—No, ese no quiere nada conmigo. Además, no me apetece liarme con alguien que no sabe lo que es el amor.

—Si que sabe. ¿No te contaron lo que tuvo con aquella chica? 

—¿Cuál chica? —preguntámos Ellie y yo al unísono.

La que contestó fue Ángela.

—Con Susan Salvatore.

—¿Su antigua secretaria? 

Ella asintió.

—Solo lo vimos tan enamorado de ella. Todos pensamos que con ella sí que sentaría cabeza, pero luego sucedió lo que sucedió.

—¿Qué sucedió?

Las tres se miraron y luego, como si al resto de las personas que bailaban y disfrutaran les fuera a importar lo que hablábamos, se inclinó hacia adelante y nos contó.

—La despidió.

—¿Sin ningún motivo? —preguntó Ellye.

—Según ella, sin ningún motivo.

Después de esa declaración me quedó claro que debía actuar rápido si no quería salir por la puerta antes incluso de tenerlo en mis manos. 

—Mary, ¿por qué no vas hasta la barra y nos compras unos daiquiris a mí y a Daniela que no tenemos?

Tomé el billete que me tendía Ángela y me alejé hasta la barra. 

—Dos daiquiris, por favor.

—A ti te conozco —Dijo un hombre a mi lado y me volví hacia a él.

—No creo.

—¿Trabajas en televisión? ¿Eres famosa? 

Negué con la cabeza y se me escapó una sonrisa.

—Ahora me doy cuenta de que no te he visto antes, si abría visto esa sonrisa en otro momento, lo recordaría.

Mientras esperaba los daiquiris y aprovechando que el desconocido se distraía unos segundos aproveché para darle un pequeño repaso. Era apuesto, medía uno noventa, tenía cabello negro y cejas pobladas y lo que más me llamó la atención fue que iba de traje. Parecía estar fuera de lugar.

En ese momento se giró y me sorprendió observándolo.

—Patrick, un placer.

Me extendió la mano y, dudando de si era buena y idea o no, se la extreché.

—Un placer, yo soy Ivana. Mary Elizabeth, —me apresuré a decir.

—Esos son muchos nombres.

—Son los que necesito.

—Pues yo necesito tu número, Ivana Mary Elizabeth.

En ese momento llegaron las bebidas, tomé las copas y me volví hacia él.

—En otro momento quizás abríamos acabado en algún motel, en el peor de los casos en un baño cutre, pero hoy no puedo. Hasta nunca Patrick.

Él sonrió abiertamente.

—Hasta nunca, chica con muchos nombres.

—¡Quién era ese! —Chilló mi mejor amiga en cuanto me acerqué lo suficiente.

—Un tipo simpático. 

—¿Te dió su número?

—No lo quise.

—¿Pero por qué? —preguntó Daniela.

Me encogí de hombros sin poder responder en voz altas, pero por dentro lo hice. 

«Porque Antoni Casterly me enseñó que no debía confiar en nadie»

∆∆

Ya me había adaptado a la nueva rutina laboral. Me levantaba, me daba una ducha, preparaba el café, le daba los buenos días a Ellie mientras ella preparaba las tostadas y sacaba el sumo de la nevera. Picaba un poco de fruta para los tres e iba a levantar a Tobi. Él se quejaba pero terminaba levantándose, lo llevaba hasta el baño para que se labara los dientes y desayunábamos los tres. La primera en marcharse era Ellie, ella estudiaba filología en la universidad y como le quedaba lejos tenía que madrugar. Luego vestía a Tobi, me arreglaba y salíamos juntos. Lo dejaba en la escuela que para suerte mía quedaba a dos calles y tomaba el metro hasta mi oficina. No siempre me podía permitir ir en taxi, el salario de una secretaria no era la gran cosa. La ventaja de trabajar en Bigmax era que al menos no tenía que comprar mi ropa. 

Al llegar a la oficina todo era muy rutinario también. La primera que llegaba siempre era Brittany y como siempre la encontraba animada. Luego subía y me sentaba en mi oficina. Me gustaba tenerlo todo arreglado para cuando llegara Antoni decirle lo que tenía en la agenda. Por último llegaban las chicas y así sucedía todo con suma monotonía.

Ese día no fue así. Lo primero que me llamó la atención fue no encontrar a Brittany en su puesto y lo segundo fue que, al abrirse las puertas del ascensor, me encontré un corre corre tremendo. 

—¿Qué pasa aquí? —le pregunté a Lurdes que en ese momento corría con un montón de papeles en las manos.

—¿Antoni no te llamó? —negué con la cabeza—. Avisaron de nuestra sede que uno de nuestros accionistas principales está en camino.

—¿Y eso es importante?

—¡Por supuesto! Es el hermano mayor de don Antoni, es dueño del treinta porciento de las acciones de la empresa. Obviamente don Antoni quiere que todo esté en orden. Él viene siendo como su principal contrincante para la próxima elección del presidente de Bigmax.

—¿Tan mal se llevan?

—Se odian.

En ese momento se abrió la puerta de la oficina de Antoni y tras asomar la cabeza buscó algo con la mirada. En cuanto me vió me indicó con la cabeza que pasara a su oficina.

Entré con timidez.

—Buenos días...

—No hay tiempo para cordialidades —me cortó tajante—. ¿Trajiste los informes que te pedí que hicieras el viernes?

—Están aquí.

Me los arrebató de las manos y se puso a leer. Al cabo de unos segundos asintió y los puso en una gaveta. 

—Mary, adelantaremos la colección de primavera. Necesito que me ayudes.

—Lo haré —hice una pausa—, pero quiero que seas sincero conmigo. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Por qué todos están tan nerviosos? 

Guardó silencio y noté como se tensaba. 

—Puedes confiar en mí —le dije—. Si estoy aquí, si soy tu secretaria lo debo saber. ¿Qué problema hay conque venga tu hermano a la empresa?

—¿Quieres saber qué pasa? Que él es mejor que yo. Siempre lo fue. Si no está dirigiendo esta empresa en su totalidad es porque no quiere. Mis padres querían que fuera él. Siempre fue el correcto, el perfecto, el que debía sentarse en esta silla. Si no lo hizo fue porque le entró un ataque repentino de salir a conocer el mundo.

—¿Y qué cambió? ¿Por qué regresó ahora?

Antoni se echó a reír, pero fue una risa amarga. 

—Leelo tú misma. 

Me tendió su celular mostrando un mensaje de texto en el que se podía leer lo siguiente:

Hermanito, creo que es hora de volver. Nos vemos mañana.

—¿Solo te dijo eso? ¿No dió explicaciones?

 

—No. Temo que esté de vuelta para exigir lo que por derecho le corresponde. Por eso quiero que todo esté impecable, que esta colección sea la mejor de todas, que nuestras prendas le den la vuelta al mundo en segundos. 

—¿Y crees que podremos lograrlo?

—Me ofendes, Mary Elizabeth. En este mundo, con dinero y buen gusto se puede hacer de todo...

Hasta engañar, pisotear y hacer añicos los corazones más puros —pensé para mis adentros. 

—Descuida, será todo un éxito. Cuando tu hermano llegue y vea con sus propios ojos todo lo que has construido en su ausencia, lo único que podrá hacer es inclinarse ante ti.

Antoni sonrió, esta vez con sinceridad.

En ese momento irrumpió Brittany. Tenía las mejillas rojas y parecía algo nerviosa. Tuvo que tomar aire antes de hablar.

—Está aquí. Está subiendo por el ascensor. Yo subí por las escaleras.

Antoni me miró y asintí.

—Lo echo echo está —dijo él—. Venga, veamos qué quiere el hijo pródigo de la familia Casterly. 

Los tres salimos de la oficina y nos situamos frente al ascensor. Se hizo un silencio en el que ninguno de los presentes dijo una sola palabra, y entonces, como si de una escena perfecta de telenovela se tratara, se abrió el ascensor. Un hombre alto de cabello negro se encontraba de espaldas. En un movimiento repentino se dió la vuelta y nos observó. Mis ojos se agrandaron por la sorpresa. 

—Un buen hijo siempre regresa a casa. —canturreó Patrick Casterly, el hombre que había conocido el sábado anterior cuando salí de marcha y al que le había negado mi número. 

Lo sé, esto cada vez se pone más interesante. 

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