Capitulo 3

Lo primero que vi al llegar a la empresa fue un descapotable blanco aparcado delante del edificio. Por el estilo y el color imaginé que era de Antoni. Uno parecido llevaba consigo el día que lo conocí, un Lamborghini blanco y no un corcel como le había dicho a Tobi. 

Entré al edificio y me encontré a Brittany en su puesto de trabajo. Bebía de una taza que tenía de dibujo un ¡Buenos días! y una carita sonriente.

—Linda taza.

—¿Te gustó? Yo amo estos detalles, me la regaló mi novio por navidad.

—¿Antoni está arriba?

—Sí, me dijo que te diera esto y que te cambiaras de ropa. En un rato baja y se van.

Me tendió un vestido blanco escotado que meses atrás había visto en una revista. Era de la colección de primavera.

—Pero... pero esto debe costar tres de mis salarios.

—Lo sé, a él le gusta que sus secretarias vayan elegantes a los cócteles.

—¿Vamos a un cóctel?

—Sí —dijo Antoni mientras las puertas del ascensor se abrían y se le veía en toda su elegancia—. Y vamos con retraso, tenemos que coger un vuelo hasta Alivian.

—¿Un vuelo? —chillé alucinada.

—Mari Elizabeth —dijo Antoni con cautela mientras me escaneaba con sus ojos azules—. ¿Es que no escuchas lo que te decimos? Venga, vístete en esa oficina.

—Pero si es de cristal. —protesté.

—¿Crees que miraré? Estaré en el auto.

Diciendo esto se marchó mientras negaba con la cabeza y reía.

—¿Crees que se molestó? —le pregunté a Brittany.

—Le causó gracia, recuerda que ha visto las modelos más hermosas semidesnudas. Trabaja en eso.

—Y seguro que desnudas también... —murmuré y las dos nos reímos. 

Tras cambiarme de ropa y decirle a Brittany que dejara de halagarme tanto salí del edificio y caminé hasta el descapotable blanco. Allí me esperaba Antoni. Observaba la ciudad recostado de su auto con distracción. 

—Estoy lista. 

—Por dios, ya era hora...

Dejó de hablar en cuanto me vio. Parecía sorprendido y temí que me hubiera reconocido, pero entonces habló y supe que no era así.

—Siento que te veo por primera vez.

—¿Qué quiere decir? ¿Tan mal me queda?

 

Sonrió de medio lado y tuve que apartar la mirada para no ruborizarme. Antoni tenía una sonrisa digna de admirar.

—Todo lo contrario, todo lo contrario...

Tras un silencio incómodo me abrió la puerta del copiloto y entré con torpeza. Segundos después entró él y arrancó. 

El olor que desprendía el auto era embriagador y, por alguna razón, cada vez que miraba hacia el espejo retrovisor me encontraba con sus ojos posados en mí. 

—¿Sucede algo? —me vi obligada a preguntar al ver que lo seguía haciendo.

—Nada. Solo que, tengo un buen presentimiento contigo. Creo que nos llevaremos bien.

Asentí y desvié la mirada. Con él quería cualquier cosa menos eso. Por una parte hasta me alegró ver que me estaba mirando de verdad. Que había captado su atención. Mi plan era lograr que se enamorara de mí como yo lo había estado de él. Y luego, si todo salía bien, le rompería el corazón. Lo tenía difícil, pero bien sabía que no era imposible.

Al llegar al aeropuerto nos desviamos hasta una pista de aviones privados. Lo miré maravillada, las dos veces que había montado en avión obviamente había sido en aviones comerciales. 

Un hombre con traje de piloto y mirada severa le habló. 

—¿Listo, señor? 

—Estamos listos. 

Seguí a Antoni hasta las escaleras y abordamos el avión con la asesoría de una azafata rubia de piel pálida que no le quitaba los ojos de encima a mi acompañante. En un momento dado la observé detenidamente para que se diera cuenta de que la había visto y, roja como un tomate, se alejó. 

—¿Le temes a las alturas? 

Lo miré al escuchar su voz y de inmediato se me ocurrió un plan maravilloso.

—Solo un poco —mentí—. He visto muchas películas en las que estos aparatos se caen.

Una sonrisa se esparció por su rostro dejando a la vista uno de esos hoyuelos que en su momento tanto me gustaron. Ahora odiaba lo embriagadores que eran.

—No me importaría caer a una isla desierta contigo.

Lo dijo en tono de broma, pero no pude evitar ruborizarme por completo. De momento comenzó a hacer calor allí.

—¿Se les ofrece algo de beber? —nos preguntó la misma azafata que le había echado el ojo a mi querido jefe.

—Champaña estaría bien para los dos. —respondió él.

La mujer le sonrió y puse los ojos en blanco.

—Es normal que provoque eso. —me dijo él.

—¿El qué?

—La atracción que desprendo hacia las chicas.

—Dijo el humilde... —murmuré y me arrepentí de inmediato.

—¿Qué dijiste? 

—Nada, nada...

Él parecía estar pasándoselo en grande conmigo y eso me estaba encantando. 

Al cabo de unos minutos despegamos y no tardó en aparecer la chica con dos copas y una botella de Champán. La espuma revoloteó en mi paladar al darle el primer sorbo. Aquello no tenía daba que ver con el agua de champán que me había tomado en otras ocasiones.

—Y bien —dijo él—, ¿qué te trajo a este mundo de la moda?

La venganza, me dieron ganas de decir. 

—Crecí viendo los vestidos de Bigmax —recité la historia que Ellie me había inventado—. Recuerdo que cuando llegué a los 15 años mis padres ahorraron y me compraron uno de sus vestidos. Fue el regalo más increíble que recibí jamás. Desde entonces veía las revistas y admiraba las colecciones que sacaban con la ilusión de llegar a diseña...

Me arrepentí en cuanto dije lo último. Eso sí que era verdad. Y la verdadera historia fue que la que ahorró para comprar aquel vestido fui yo.

—¿Te gusta diseñar? 

—No soy buena, eso quedó en el pasado, tuve que poner los pies en la tierra y estudiar algo acorde a mis necesidades económicas.

—¿Qué edad tienes? 

—30. —mentí. En realidad tenía 26. 

—Estás en plena edad para soñar. No dejes de lado tus aficiones. ¿No te contaron la historia de Julia? —negué con la cabeza—. Ella llegó a la empresa como trabajadora de la limpieza pero su sueño era ser diseñadora. Un día tuvimos un percance con una de las colecciones de otoño y ella se encargó, disimuladamente, de colocar parte de su trabajo entre mis papeles. Al verlos quedé fascinado y mandé a llamar a todo el personal para preguntar quién los había hecho. Ella dió el paso al frente y la despedí.

—¿Qué?

Antoni se echó a reír.

—Tenía que despedirla de su puesto para contratarla como diseñadora. 

—Es una historia increíble. 

—Historias increíbles suceden en cualquier lugar. No te puedes rendir tan fácilmente.

En ese momento se sacudió el avión y, sabiendo lo que hacía, posé mi mano sobre la suya y cerré los ojos con fuerza.

—Ya pasó. —me dijo después de un rato.

Lo miré y fingiendo rubor aparté la mano.

—Disculpa.

—No pasa nada.

Al cabo de unos minutos llegamos a nuestro destino. Nos estaba esperando un auto para llevarnos al lugar donde se realizaría el cóctel. Una edificación que no tenía nada que envidiarle al Bigmax. En lo personal había estado algunas veces en Alivian, pero todo fue por motivos de fuerza mayor. Cuando mi padre enfermó en una ocasión lo internaron en un hospital de aquella ciudad. Pero ahora era distinto, ahora podía darme el lujo de disfrutar. 

—Mary —me dijo Antoni—, quiero que te nutras de todo lo que vamos a hablar y que anotes mentalmente los nombres que vas a escuchar. Si esto sale bien trabajaremos con ellos para la próxima colección. 

Asentí.

Al llegar nos condujeron por un largo pasillo rodeado por enormes ventanales que dejaban ver el exterior del recinto. Al parecer era un lugar exclusivo pues no había mucha gente por los alrededores. Al llegar al final entramos en un elevador que nos llevó hasta la última planta y allí salimos a un pequeño salón con un sofá y una mesa de billar enorme en medio. Encima había una lámpara de esas que había visto en los castillos de las películas. 

Al parecer Antoni había estado varias veces en aquel lugar porque caminaba como si se tratara de su casa. 

Por fin salimos al exterior y quedé deslumbrada. En el extremo de la azotea había una piscina que parecía sostenerse en el aire. Pero eso no fue lo más sorprendente, sino la vista. Alivian sin duda era una de las ciudades más hermosas que había visto. Plagada de edificios y rascacielos frente a la inmensidad del mar. 

Desvié la atención para atender a las personas que se acercaban a saludarnos. 

—Bienvenidos a Alivian. —Nos saludó un hombre calvo que iba de la mano de una chica mucho más joven que él.

De inmediato se fueron acercando más y más personas y las presentaciones se me hicieron interminables. Había escuchado el consejo de Antoni, pero me resultaba imposible recordar tantos nombres. Lo que sí pude apreciar, por su ropa lujosa, sus relojes, prendas y vestidos fue que eran todos asquerosamente ricos. 

—¿Vienes con él? —me preguntó una chica cuando me quedé a escasos centímetros de la piscina con un cóctel en mano que me acababan de servir. 

La chica aparentaba ser mucho menor que yo. Era la que acompañaba al calvo que nos dió la bienvenida.

—Sí.

—¿Están juntos? —apuntó a Antoni con su copa.

—Soy su secretaria.

—Por ahora —dijo ella en tono bajo—. ¿Qué pasó con Susan? ¿Ya fue despedida o ahora está en la junta directiva de Bigmax?

La miré con perplejidad y noté como Antoni nos observaba aparentemente preocupado.

—Soy nueva, no sé nada de ella ni de lo que ocurrió, solo sé que ya no trabaja con la empresa.

—Una lástima, hacían una bonita pareja.

La miré con interés.

—¿Estaban juntos?

—¡Sí! Recuerdo la última vez que los ví. Fue en la agencia de modelos de Verdalia. Llegaron agarrados de la mano. Fue todo un escándalo. De secretaria a novia de uno de los millonarios más cotizados del país. Una pena que ya no estén juntos. ¿No es así?

—Supongo.

—Cuidado con él. —me dijo entonces.

La miré sin entender y cuando creí que diría algo más se bebió lo que quedaba de su copa y sonrió.

—Tengo que ir al baño. ¿Me perdonas un momento?

La chica se alejó con elegancia sorteando al personal hasta llegar a las puertas de entrada al edificio. Decidí que lo mejor era hablar con ella. Caminé hacia donde había desaparecido tan rápido como pude y vi que descendía por unas escaleras. La seguí hasta ver que entraba en el baño. Al abrir la puerta me la encontré frente a un lavamanos. Se observaba en el espejo o al menos miraba hacia un punto en específico. Parecía muy afectada. Cuando me acerqué un poco más noté que estaba llorando. Al sentir mis pasos se dió la vuelta y me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Me estás siguiendo?

Negué con la cabeza.

—Solo quiero saber por qué me dijiste eso. ¿Por qué tengo que tener cuidado con Antoni Casterly?

Me observó por unos segundos y fue cuando lo noté. Tenía la misma mirada que años atrás veía cada día al ver mi reflejo. Y fue cuando lo comprendí.

—¿Quién eres?

—Mi nombre es Amelia Ledesma, antes de Susan Salvatore yo estuve en tu lugar. Disfruté de los mejores viajes, de los mejores vestidos, de las bebidas más exquisitas...

—¿Y qué sucedió entonces? 

—Ojalá lo supiera, quizás fui yo o simplemente que Antoni se cansó de mí.

Me acerqué a ella y le tendí una toalla desechable para que se secara las lágrimas.

—Hay un monstruo detrás de esos ojos azules —me confesó—, uno cruel y despiadado, uno que sabe destruir con los pétalos de las mejores rosas. 

Tras decir eso lanzó la toalla al cesto de la basura y se marchó. 

Al regresar al cóctel me encontré a Antoni con los demás, brindaban por algo. Al verme me sonrió abiertamente y elevó la copa hacia mí. Me ví obligada a sonreír, pero por dentro el corazón me martilleaba. 

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