Jorge corrió como si el infierno lo persiguiera. El eco de sus pasos resonó en el estacionamiento desierto mientras veía a Linda detenerse junto a un callejón, su silueta temblorosa bajo la luz amarillenta de un farol. Al acercarse, notó cómo sus hombros se sacudían en silencio. Ella estaba llorando y para Jorge no había nada peor que ver a la mujer que amaba llorar.
—Linda —llamó suavemente, tocando su brazo—. Por favor, mírame mi amor...
Ella se giró, revelando el rímel corrido y los labios temblorosos. —¿Por qué siempre tengo que pelear por un lugar que debería ser mío? —susurró, la voz cargada de agotamiento—. Siento que Erick y Alexis están cansados de esta situación... Puedo entenderlos, la relación que llevamos no es nada normal. Pero de verdad Jorge, yo estoy perdidamente enamorada de los tres, cuando alguno de ustedes me falta siento que me arrancan el alma.
Jorge le enmarcó el rostro con las manos, obligándola a sostener su mirada. —Porque esta familia está llena de cobardes